En el mundo del vino se habla muchas veces sobre las variedades (o varietales) de uvas llamadas “internacionales” a diferencia de las “indígenas” o “nativas” para diferenciarlas entre ellas.
Como su nombre lo sugiere, las variedades internacionales son aquellas que han tenido un gran auge a lo largo y ancho de varios países y han logrado conquistar a los consumidores por sus características, por el tipo de vino que producen y porque han sido cultivadas y vinificadas de forma exitosa, replicándose en varios países con diferentes climas, geografía, topografía, etcétera.
En ese sentido, hay otro tipo de variedades de uva que son nativas de cada región o de cada país y que durante muchos años se han ido adaptando y evolucionando para producir frutos de mejor calidad y que responden a las características climáticas o ambientales. Por ejemplo, hay lugares donde un mismo tipo de uva puede tener la piel mucho más gruesa debido a la intensidad del sol, como sucede por ejemplo en la región de Toro, donde la uva Tempranillo (conocida como “Tinta de Toro”) es de piel más gruesa que en su región vecina de Ribera del Duero o de La Rioja. De esta forma, como casi todo en la vida, la adaptación es clave para obtener frutos de calidad elevada que produzcan vinos memorables.
Esto no quiere decir que un tipo de uva sea mejor que otro. Las variedades internacionales o las variedades nativas, ambas, pueden dar origen a grandes vinos dignos de ser guardados y tomados en ocasiones especiales (aunque en mi opinión, la ocasión especial es precisamente cuando uno se toma el vino, por supuesto, como bien dicen en una famosa película al beber una botella de vino tinto de un productor famoso).
Lo interesante del asunto es que durante muchos años, la tradición sobre cuáles uvas se plantan en qué región han sido determinadas por la tradición, la historia, la cultura y ciertamente las condiciones geográficas y climáticas. Es raro cuando se rompen estos paradigmas, sin embargo, la tendencia actual es precisamente esa: experimentar y hacer cosas que no se habían hecho antes. Digo esto porque precisamente esta curiosidad y este deseo de plantar diversos varietales en diferentes regiones es lo que ha ido provocando la evolución y profesionalización en la producción del vino. Si bien es cierto que la tradición es importante, también lo es pensar fuera de los cánones tradicionales y por ello veremos ciertos varietales típicos de algunas regiones tener éxito en otros lados: por ejemplo la uva Assyrtiko, típica de la isla de Santorini, en Grecia, ha comenzado a tener éxito en algunas regiones de Sudáfrica, por ejemplo en Swartland.
Este proceso logró en el pasado que, por ejemplo, la uva Nebbiolo típica de Italia, encontrase su lugar estelar en el Valle de Guadalupe en México, con un perfil totalmente diferente y casi opuesto a lo que se produce en Europa. Si no hubiera tenido la capacidad de alimentar la curiosidad y probar cosas nuevas, quizá lo anterior nunca hubiera sucedido. En conclusión, un varietal es “nativo” hasta que, un día, deja de serlo y se convierte en una variedad internacional. Así es la historia del vino y así es como se han producido las mejores botellas en el mundo.
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