La semana pasada hablamos sobre la tendencia de moda de producir y consumir vinos naturales y creo que este tema no podría ser más relevante actualmente con lo que vamos a discutir el día de hoy.
En ese sentido, pensaba durante la semana sobre qué tema sería importante destacar para esta ocasión y dado que estamos iniciando también el año 2023, de pronto se me vino a la cabeza la idea de narrar porqué razón los años son importantes en el mundo del vino. ¿Qué significan y por qué son tomados en cuenta? ¿por qué un vino de un año en particular tiene más valor y costo que otro, de la misma casa productora, mismas uvas, mismo viñedo, pero de diferente año? Hoy hablaremos de estas razones.
Producir vino es una forma de arte que requiere pasos sucesivos de manera ordenada y precisa, de tal modo que refleje la esencia de su origen y la elegancia de su fabricación. No es sencillo. Por eso es por lo que la semana pasada hablamos del vino natural, donde la intervención humana es minimizada lo más posible, dejando que el vino exprese de forma espontánea su proveniencia. Lo anterior demuestra la importancia que el medio ambiente y las circunstancias que rodean la fabricación del vino tienen en su resultado final. En otras palabras, el vino es necesariamente hechura de su tierra, de su clima y de su cuidado. Por esta razón es que el vino natural busca enfatizar los dos primeros factores, minimizando el último de ellos. Hay otra corriente – la del vino biodinámico – que va un paso más allá y sugiere que las uvas, su cultivo y la producción del vino esté fuertemente ligada a los ciclos naturales de la tierra y la luna, aduciendo que lo anterior tendrá un efecto directo en el producto final.
La realidad es que – con mucha, poca o nula intervención humana – o bien, con ciclos lunares o terrenos, nadie produce vino con materia prima que no provenga del cultivo de las uvas y para ello, el clima, el suelo y el ambiente juegan un papel fundamental. No todos los años llueve de la misma manera, sopla el viento o sale el sol de la misma forma. No todos los años la temperatura se mantiene constante y es igual en un mismo lugar; no todos los años suceden los mismos hechos en un mismo lugar. Lo anterior sería tan absurdo como pensar que un día de trabajo es idéntico al siguiente, o que un fin de semana es idéntico al anterior. Si bien son similares, nunca son iguales. Es imposible. Y ello hace que nuestra experiencia y nuestra vivencia de ellos sea también distinta: los hay buenos, malos y regulares. Así también con el vino y los años. A veces llueve mucho (o poco) y a veces hay mucho sol (o muy poco).
Por tanto, una vez dicho el enorme papel que los factores externos juegan en la producción y la calidad de un vino, debemos reconocer que a veces, poco se puede hacer para modificarlo. El enólogo buscará que un buen año alcance su máximo potencial, y que un año regular o malo no lo sea tanto, mediante medidas correctivas en tiempo y forma. Por eso un vino es diferente de un año a otro. A veces, el solo año (la añada, vintage en inglés) determina mayores diferencias entre los vinos que los propios tipos de uva o producción. Al final del día, el vino sigue siendo un producto “natural” y por ende, lo que pasa en el medio ambiente es igual o más importante a veces que lo sucede en los tanques de fermentación. De allí que la gente preste inusual atención al año del vino. En cualquier caso, si vamos a un restaurante o tienda, el sommelier o encargado podrán ayudarnos a identificar, de la lista y oferta de vinos, aquellos cuyos años son buen reflejo de la calidad de este. No tengamos miedo de preguntar; ahora ya sabemos exactamente qué preguntas hacer.
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