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Conoce cuáles son los vinos ligeros

Tal vez las características de tu vino favorito, no son las que creías

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Estaba en la barra de un restaurante el otro día y la persona que atendía el bar me sirvió una copa de vino y me dijo: este es un vino muy ligero y le gusta a mucha gente. Posteriormente me sirvió otra copa de otro vino totalmente diferente y me volvió a decir que era un vino ligero. La diferencia entre ambos no podía ser más grande. Me quedé pensando en ello y recordé la ocasión en que también un amigo me invitó a cenar un día y me dijo que le gustaban los vinos ligeros y “dulces” o afrutados (y después de pedir uno con tales características, confirmó que no le gustaba). 

¿Por qué razón confundimos los términos y qué entendemos en general por vinos ligeros, afrutados, dulces, etc.? Desde este punto podemos distinguir por qué existe la confusión entre ellos y establecer algunos criterios. Para mayor contexto: en la barra de aquel restaurante el mesero sirvió primero un Barolo y luego un Barbera, ambos de la misma región en Italia, y en el restaurante con mi amigo, primero pedimos un Pinot Noir joven de California y luego un Rioja Gran Reserva. 

En este caso, el vino Barolo fue catalogado como “ligero” por su color: esta uva suele tener una piel delgada y, por ende, no aporta mucho color al vino al final de cuentas, mientras que el Barbera suele ser altamente ácido y con color púrpura profundo, pero su sabor es eminentemente afrutado y con taninos medios a elevados; luego entonces, fue catalogado como vino ligero por su sabor eminentemente a fruta joven. Por otro lado, en el restaurante, el Pinot Noir que pedimos, el cual no le gustó a mi amigo, era un vino primordialmente con sabores y aromas a fruta, sin añejamiento en madera y bastante ácido. Pero lo que le gustó a mi amigo del Rioja Gran Reserva fue precisamente el sabor a vainilla impartido por la madera, y que si bien no era un vino ni joven ni ligero ni afrutado, sino todo lo contrario, fue el que más disfrutó. En este caso, mi amigo tenía en su mente la idea de este sabor “dulce” asociado con la fruta, pero en realidad quería un vino con más cuerpo, sin demasiada acidez, fácil de combinar y con los toques de canela, vainilla y chocolate de las barricas de roble americano tan típicas de esta zona. 

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Menciono los ejemplos anteriores porque es fácil que confundamos el tipo de vino que nos gusta o que muchas veces batallamos para identificar qué es exactamente lo que nos gusta de ellos. Por eso es que resulta complicado en ciertas ocasiones recomendar vinos porque todos tenemos diferentes parámetros y gustos, por tanto, nuestro paladar está calibrado de forma distinta. 

Creo que una de las diferencias más importantes que podemos marcar en el mundo del vino es distinguir entre si un vino nos gusta o no, y separarlo de la evaluación sobre si un vino es de alta calidad o no (o en términos coloquiales, si el vino “está bueno”). Puede ser que un vino nos parezca horrible, pero técnicamente sea un vino de alta calidad. Y viceversa. Solamente hay que echar un vistazo a las aplicaciones de vino para darnos cuenta de que hay disparidades entre las calificaciones de estas. Un buen ejercicio sería precisamente que cada vez que probemos un vino, en lugar de decir si nos gusta o no, que vayamos un paso más allá y podamos decir la razón de porqué nos gusta o porqué no es de nuestro agrado: quizá es por la acidez, los taninos, el cuerpo, lo afrutado del mismo, el nivel de alcohol, lo ligero del vino, etc. Esto requiere práctica, pero si logramos hacerlo de forma metódica, nuestro paladar se irá entrenando cada vez más. Vale la pena intentarlo. 

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