Las fresas son dulces, jugosas y funcionan como el complemento perfecto para casi cualquier comida. Pero, ¿alguna vez te has preguntado si esas fresas tan inocentes podrían estar conspirando en tu contra? No, no es una película de terror, pero sí una realidad alarmante: pueden ser portadoras de salmonella. Sí, esa bacteria desagradable que puede convertir tu postre en una auténtica pesadilla. Vamos a explorar por qué las fresas, que parecen tan inofensivas, pueden ser un riesgo para la salud y cómo puedes protegerte de este villano microscópico.
La salmonella es una bacteria que causa enfermedades transmitidas por alimentos, comúnmente asociada con carne cruda o huevos, pero sorprendentemente también puede estar presente en las fresas. Esta bacteria puede contaminar los productos en cualquier punto de la cadena de suministro, desde el campo hasta la mesa. Las fresas, al ser consumidas crudas, se vuelven un blanco fácil, ya que no hay ningún proceso de cocción que elimine los patógenos potenciales.
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El cultivo y la recolección de fresas a menudo se realizan al aire libre, lo que aumenta las oportunidades de contaminación. Por ejemplo, el agua utilizada para regar los cultivos o lavar las frutas puede estar contaminada con desechos animales o humanos que contienen salmonella. Además, las prácticas inadecuadas de manipulación por parte de los trabajadores o durante el transporte también son factores de riesgo.
¿Cómo se desarrolla salmonella en las fresas?
Una de las principales razones por las que la salmonella es tan peligrosa en las fresas es su capacidad para sobrevivir incluso en condiciones de refrigeración. Un estudio reciente mostró que, después de aplicar tratamientos de desinfección a las fresas, incluyendo el uso de luz UV-C y ácido peracético (PAA), la bacteria aún podía sobrevivir durante 5 días en almacenamiento en frío. Este hallazgo es preocupante, ya que muchas personas almacenan fresas en sus refrigeradores pensando que esto las hace más seguras.
Además, la capacidad de salmonella para adherirse a las células intestinales humanas aumenta su potencial patógeno. Esto significa que, una vez ingerida, la bacteria tiene más probabilidades de invadir el tracto gastrointestinal y causar una infección. Y aunque los métodos de desinfección pueden reducir la presencia de la bacteria en la superficie de la fresa, no siempre eliminan completamente el riesgo.
Los síntomas de la infección
Si tienes la mala suerte de consumir fresas contaminadas con salmonella, podrías experimentar una serie de síntomas desagradables. Entre 12 y 72 horas después de ingerir la bacteria, podrías sufrir náuseas, vómitos, diarrea, dolor abdominal y fiebre. Estos síntomas pueden durar de 4 a 7 días, y aunque la mayoría de las personas se recuperan sin tratamiento específico, en casos graves, la infección puede llevar a hospitalización, especialmente en niños pequeños, ancianos y personas con sistemas inmunitarios comprometidos.
Cómo protegerte
La buena noticia es que no tienes que renunciar a tus amadas fresas. Aquí te dejo algunos consejos clave para minimizar el riesgo de contaminación por salmonella:
Compra fresas de calidad: Asegúrate de que las fresas que compres tengan un color rojo brillante y estén frescas, sin signos de moho o daños. Evita aquellas que estén machucadas o tengan áreas blancas o verdes.
Lávalas bien antes de consumir: Aunque las fresas no deben ser lavadas antes de almacenarlas, es fundamental enjuagarlas bien bajo agua corriente antes de consumirlas. Usa un colador y evita el uso de jabones o detergentes, ya que estos pueden dejar residuos químicos.
Refrigeración adecuada: Almacena las fresas en el refrigerador a 4 °C o menos y consúmelas dentro de unos pocos días para reducir el riesgo de crecimiento bacteriano.
Evita la contaminación cruzada: Mantén las fresas separadas de la carne cruda y otros productos que podrían estar contaminados durante la compra, el almacenamiento y la preparación.
La ciencia continúa buscando soluciones para mejorar la seguridad alimentaria. Los estudios sobre la eficacia de diferentes desinfectantes, como el ácido peracético y la luz UV-C, son prometedores, pero queda mucho por hacer. La clave está en mejorar las prácticas agrícolas y de procesamiento para reducir la probabilidad de contaminación desde el principio.