Mariana Murillo | El Sol del Centro
¿Qué tal te vendría un jarrito de atole bien calientito, para calmar el frío matutino?
Ya sea de guayaba, chocolatito, champurrado, nuez, vainilla o de país, el atole siempre cae bien cuando las bajas temperaturas anuncian que el invierno se encuentra muy cerca.
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Esta bebida tiene una historia tan rica y variada, como su preparación. Se cree que su origen está en el México prehispánico, hace 10 mil años, cuando los ancestros preparaban una bebida conocida como “atolli”, que significa “aguado” y que consistía en una mezcla de maíz, procesado en agua, enriquecido con una variedad de chiles y endulzado con miel. La mezcla se ponía al fuego y se batía hasta obtener cierto espesor. También se le conocía como “tol”.
Posteriormente, con la llegada de los españoles, se le fueron agregando ingredientes, ya que a los europeos no les resultaba muy grato el sabor, y lo modificaron con algunas especias o agregándole leche.
Actualmente, esta bebida se consume prácticamente en todos los estados de la República Mexicana, lo que hace incontable la cantidad de variaciones en sus recetas; y es que cada entidad ha hecho su propia preparación, con ingredientes típicos del lugar.
Por ejemplo, de la Ciudad de México, es conocido el champurrado; de Chiapas, el atole de calabaza; de Oaxaca, el de cacahuate; de Veracruz, el de coco; de Hidalgo, el aguamiel; de Guanajuato, de guayaba; y de Aguascalientes, el de pinole.
No obstante, ha cobrado gran popularidad, el de mazapán, de chocolate, el de canela, cajeta, cempasúchil, de arroz, anís, de limón, de naranja, cereza y hasta de piñón.
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