Abigail Mendoza, cocinera tradicional zapoteca, fue condecorada con el galardón en Artes y Tradiciones Populares, luego de ser reconocida como portadora y transmisora de saberes tradicionales y patrimonio biocultural de la gastronomía mexicana.
La maestría en la cocina la ha convertido en algo más que un referente gastronómico y ha sido especialmente reconocida por su dedicación, entrega y extraordinario talento en los fogones.
El camino en su estilo tradicional
La maestra cocinera es originaria de Teotitlán del Valle, en la región central de Oaxaca, e inició su conexión con la cocina desde los cinco años de edad, moliendo granos de maíz con una piedra de río que le regaló su padre. A pesar de que su familia se dedicaba a la confección de alfombras, Abigail se sumergió en los secretos culinarios zapotecas.
Su madre, Clara, le enseñó todo, desde aprender a usar un metate, hasta limpiar la lana y preparar los pigmentos naturales. A los trece años había dejado la escuela para dedicarse al tejido y a la cocina.
Los padres de Abigail ocuparon el cargo religioso de mayordomía y se ocupaban de organizar las fiestas patronales del pueblo. En estas fiestas que requerían la preparación de grandes banquetes, aprendió a guisar ayudando en la elaboración de comidas que podían llegar a alimentar a más de quinientas personas.
Su compromiso con la cocina la llevó a ser una experta en preparar el chocolate-atole a los 16 años, un platillo que se ha convertido en insignia de su cocina, junto con los secretos para hacer un excelente mole.
Cuando cumplió diecisiete años ya sabía preparar las tortillas, el tejate y el atole, las elaboraciones más importantes para las fiestas.
Tlamanalli, su sueño hecho realidad
Después de ser influenciada por su padre, en 1990 abrió las puertas de un restaurante a pocos metros de la casa donde siempre ha vivido para compartir sus exquisitos platillos y su característico sazón con los visitantes. Tlamanalli, cuyo nombre significa “Dios de la comida” en náhuatl, ha alcanzado reconocimiento a nivel mundial.
Dos años más tarde, la escritora estadounidense Terry Weeks descubrió el restaurante durante uno de sus viajes por México y al año siguiente compartió varias de sus recetas en un libro de la revista Gourmet.
En enero de 1993, la periodista Molly O’Neil publicó en The New York Times una pequeña reseña del restaurante zapoteco, considerándolo como uno de los mejores del mundo y ubicándolo en el mapa gastronómico internacional.
Después de aquella publicación, empezaron a llegar diversos medios extranjeros e invitaciones a eventos gastronómicos en Estados Unidos, Europa y Sudáfrica. Incluso, le llegaron a proponer abrir otro restaurante en París. En una entrevista para El País, respondió que aunque sabía que podría ganar mucho dinero, no quiere, “mi comida no sería la misma. Aquí compro los productos en el mercado, lo que traen los campesinos de los pueblos. Y tengo a mi familia. Mis hermanas son lo más importante. Me gusta mi forma de vivir”, afirmó.
En este establecimiento, los comensales pueden deleitarse con auténticos manjares oaxaqueños, como el mole y los atoles.
También jugó un papel esencial en el reconocimiento de la gastronomía oaxaqueña como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco en 2010, con el humo de la cocina tradicional oaxaqueña y los utensilios de piedra volcánica que utilizaba para moler sus ingredientes, fueron las disciplinas que se incluyeron en el documento.
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El reconocimiento internacional no se detuvo ahí. En 2019 apareció en la portada de la revista Vogue y además viajó a Francia con su familia, donde recibió la insignia de caballero en la Orden del Mérito Agrícola en la Residencia Francesa, como parte de las festividades del Día Nacional de Francia en México. Su contribución a la promoción y preservación de la gastronomía mexicana ha trascendido fronteras, consolidándola como una figura central en el orgullo culinario y cultural de México.
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