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Foto: Cortesía

La independencia del vino mexicano se prueba en sus uvas

Federico Ling narra la identidad mexicana que ahora se distingue con nuestras uvas

Ha llegado el mes de septiembre y con este, llega también otro festejo más de nuestra independencia. En un país profundamente dividido y con marcadas diferencias sociales, económicas y políticas, México hace una pausa para “dar el grito” y con ello, recordar que hace muchos años conseguimos nuestra independencia. Si bien nos falta mucho camino por andar y los retos son enormes, hay algo en lo que cada vez más gente encuentra coincidencias y motivos para la unidad: la gastronomía, la cultura, la tradición y las bebidas tradicionales. Y con esto último me refiero no solamente al tequila y al mezcal, que cada vez se extienden mucho más por el mundo, sino que también incluyo al vino mexicano.

El vino en nuestro país nunca ha sido prominente ni tampoco hemos sido un país exportador del mismo. Desde luego que no tiene la profundidad y relevancia que existe en otros países como Italia, Francia o España, pero es una industria sumamente antigua que ha seguido su marcha y actualmente despliega sus alas, mostrándonos su potencial y hasta dónde puede llegar

Con esto digo que el vino mexicano está consiguiendo su independencia porque la independencia de México también significó la construcción de una identidad propia, distinta de las influencias coloniales. En paralelo, el vino mexicano ha desarrollado una identidad única que refleja su terroir y su historia. Las regiones vinícolas de México, desde el Valle de Guadalupe en Baja California hasta las altitudes de Querétaro, han cultivado un estilo distintivo de vino que combina tradición e innovación. Los viticultores mexicanos han logrado crear vinos que no solo compiten en calidad con los internacionales, sino que también cuentan una historia de resiliencia y autenticidad.

Lo anterior no ha sido fácil, puesto que hubo y habrá muchísimos retos para vencer. Todavía tenemos como pendientes el correcto establecimiento de las denominaciones de origen, las reglas de producción y cultivo de uvas, los métodos de fermentación y añejamiento, la delimitación geográfica vitivinícola, etc. Pero lo que es cierto es que el vino mexicano cada vez se ha afianzado más en la mente y la preferencia de los consumidores, y como lo han hecho otras bebidas mexicanas, la gente alrededor del mundo (especialmente en países como Estados Unidos) comienzan a identificar y reconocer el potencial que el vino mexicano tiene y hasta dónde puede llegar. 

El vino mexicano, así como nuestro país, seguirá evolucionando, creciendo y mejorando. Con ello, seguirá afianzando su independencia por medio del establecimiento de su identidad propia y de su sello particular. Esta definición será clave para que, en el futuro, cuando se hable de los países productores de vino del “Nuevo Mundo” (todo aquello que no es Europa), México pueda incluirse cada vez más en este grupo. 

Por esta razón, y con motivo de estas fiestas patrias en este año tan complejo, propongo que brindemos con una copa de vino mexicano, recordando lo mucho que nos une y todo aquello que hemos logrado y hasta dónde podemos llegar. ¡Viva México!

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