Pongamos las cosas claras: si tu monedero tembló la última vez que entraste a una tiendita “sólo por una botana”, esto es para ti. Porque todos hemos caído en esa trampa, el estrés aprieta y, de repente, estás con una bolsa de papas, un litro de helado y una cuenta bancaria herida de gravedad. Comer por ansiedad no es nuevo, pero cuando se convierte en un gasto recurrente, puede salir más caro de lo que imaginas.
El “gasto catastrófico” es un fenómeno en el que el estrés y la ansiedad llevan a compras impulsivas, una forma de intentar recuperar el control en tiempos de incertidumbre. Según una encuesta de Bitcoin Postage, el 72% de los estadounidenses ha gastado dinero debido a la ansiedad sobre el futuro, y el 82% reconoce que su principal gasto impulsivo es en alimentos. Desde pizzas hasta postres gourmet, la comida se convierte en un consuelo momentáneo, impulsado por una liberación de dopamina y serotonina que nos hace sentir bien… al menos por un rato.
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El problema es que este alivio es fugaz. Si bien comprar comida o darse un gusto de vez en cuando no es dañino, cuando se convierte en un mecanismo habitual para manejar el estrés, puede tener efectos negativos en la salud y en la economía personal.


Comer por ansiedad
Los estudios muestran que el consumo frecuente de alimentos altos en azúcar y grasas puede alterar los niveles de energía, afectar la concentración y contribuir al aumento de peso. Además, la relación entre la comida y las emociones puede generar un ciclo difícil de romper, el estrés lleva al consumo excesivo de comida, lo que a su vez puede generar sentimientos de culpa y ansiedad, reforzando la necesidad de buscar más consuelo en la comida.
La ansiedad también juega un papel clave en el tipo de alimentos que elegimos. En situaciones de alto estrés, es más probable optar por opciones rápidas, ultra procesadas y con un alto contenido calórico, en lugar de comidas más saludables. A largo plazo, esto puede aumentar el riesgo de enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2, problemas cardiovasculares y trastornos alimentarios.
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Alternativas saludables para no comer por estrés
Si bien el gasto impulsivo puede dar una sensación de control momentáneo, existen otras formas más sostenibles y saludables para manejar el estrés. Algunas estrategias efectivas incluyen:
Adoptar hábitos de alimentación saludables: Comer balanceado ayuda a regular el estado de ánimo y evitar los bajones de energía que pueden aumentar la ansiedad.
Hacer ejercicio regularmente: La actividad física es una herramienta probada para reducir el estrés y mejorar el estado de ánimo gracias a la liberación de endorfinas.
Dormir bien: La falta de sueño puede aumentar los niveles de estrés y afectar la toma de decisiones, incluyendo los hábitos de gasto y alimentación.
Practicar la atención plena (mindfulness): Tomar conciencia de los impulsos de compra y las emociones que los desencadenan puede ayudar a reducir las decisiones financieras basadas en la ansiedad.
Evitar el uso excesivo del celular: El bombardeo de información negativa puede aumentar la sensación de incertidumbre y, en consecuencia, los gastos impulsivos.
Pasar tiempo con seres queridos: Compartir tiempo de calidad con amigos y familiares puede ser una forma efectiva de reducir el estrés sin recurrir a la comida o las compras.


Comida chatarra en la salud de los mexicanos
A pesar de los riesgos para la salud, el consumo de comida chatarra en México no muestra signos de desaceleración. De acuerdo con datos de la Secretaría de Salud, el mercado de papas fritas alcanzó un valor de 3,479 millones de pesos en 2023 y se proyecta que crezca a 4,582 millones de pesos en 2032. Asimismo, México es el principal consumidor de refrescos en el mundo, con un promedio de 163 litros por persona al año, lo que alimenta una industria valuada en 15,500 millones de dólares.
Para contrarrestar este consumo excesivo, el gobierno ha implementado medidas como el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a productos con alta densidad calórica y nuevas regulaciones de etiquetado. Sin embargo, estas estrategias han tenido resultados limitados frente al poder de la industria alimentaria y los hábitos arraigados en la población.
En un intento más agresivo por frenar el impacto de la comida chatarra, el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum ha anunciado la prohibición de su venta en escuelas públicas y privadas de todos los niveles. Esta medida busca generar un cambio de hábitos desde la infancia y reducir el acceso a productos ultraprocesados en espacios educativos. Sin embargo, la efectividad de esta iniciativa dependerá de su implementación y del compromiso de la sociedad para modificar su relación con la comida.