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Las mujeres inventaron la cerveza y por ello fueron acusadas de brujería

El origen de esta bebida es que fue hecha por mujeres, pero hasta no hace mucho se le da su lugar

Durante milenios, la cerveza fue una bebida hecha por mujeres. Antes de que se industrializara, antes de que se convirtiera en una marca o en un estilo de vida, la cerveza fue un alimento fermentado, doméstico y espiritual. Fue parte de los rituales de la fertilidad, de la economía del trueque y de las prácticas cotidianas de subsistencia. Y en todos esos ámbitos, el rol protagónico era femenino. Actualmente esa historia permanece en gran parte olvidada, borrada del relato oficial.

Las primeras cerveceras

Según el Museo Estrella de Galicia, la pista más antigua sobre la relación entre mujeres y cerveza proviene de la antigua Mesopotamia, donde la elaboración de esta bebida era una tarea asociada a la esfera femenina. Ahí se encontraba Ninkasi, una de las diosas más veneradas del panteón sumerio, conocida como “la señora que llena la boca” o “la que satisface los deseos”, patrona de la fermentación. El Himno a Ninkasi, compuesto alrededor del año 1800 a.C., no solo es un canto devocional, también es una receta poética para preparar cerveza a base de pan y cebada.

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En esas primeras civilizaciones, preparar cerveza era un saber doméstico y sagrado. Las mujeres eran responsables de alimentar a sus familias, y la cerveza —rica en carbohidratos, vitaminas y probióticos— era más segura que el agua. La bebida no solo nutría, también purificaba.

Un patrón similar se repite en otras culturas antiguas. En Egipto, las mujeres elaboraban cerveza en casa o para rituales religiosos. En África occidental, hasta la fecha, muchas comunidades confían la producción de bebidas fermentadas a las mujeres mayores. En Mesoamérica, las chicheras y pulqueras también ocuparon un lugar clave en la alimentación de los pueblos originarios. Y en el norte de Europa, las mujeres vikingas hacían hidromiel y cerveza de cebada como parte de sus labores domésticas y espirituales.

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Las alewives y la Edad Media

Durante la Edad Media europea, especialmente en Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, la elaboración de cerveza siguió siendo un oficio femenino. Las llamadas alewives eran mujeres que preparaban cerveza en casa y la vendían en pequeñas cantidades desde la puerta de su cocina o en mercados locales. Estas mujeres, muchas de ellas viudas o solteras, ganaban autonomía económica a partir de este saber ancestral.

El Museo de Oxford y el Museo de Estrella Galicia han documentado cómo estas cerveceras se distinguían por ciertos elementos que, con el tiempo, serían transformados en íconos negativos. Por ejemplo, el uso de un sombrero alto y puntiagudo, que ayudaba a que fueran visibles en los mercados; la escoba que colgaban en la puerta para anunciar que la cerveza estaba lista; los calderos de gran tamaño usados para hervir la mezcla; o incluso los gatos que ayudaban a mantener alejados a los ratones de los granos fermentados.

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Muchos de estos símbolos serían posteriormente asociados a la figura de la bruja. A partir del siglo XV, cuando el control de la iglesia y de los gremios masculinos sobre la producción alimentaria se intensificó, las alewives comenzaron a ser perseguidas. Se decía que sus bebidas eran “pociones”, que sus fermentos tenían efectos mágicos, que hechizaban a los hombres. La elaboración de cerveza, una práctica que durante siglos había sido vista como habilidad femenina, comenzó a ser considerada peligrosa, incluso herética.

Industrialización y borrado

La Reforma Protestante, las persecuciones de mujeres acusadas de brujería y, más adelante, la Revolución Industrial, consolidaron un cambio irreversible. Las fábricas y los gremios cerveceros, dominados por hombres, comenzaron a profesionalizar el oficio. La cerveza pasó de ser una bebida casera a un producto industrial, sujeto a licencias, impuestos y controles sanitarios. En ese nuevo sistema, las mujeres fueron excluidas.

A medida que la producción se tecnificó, el relato histórico también se reescribió. Las cerveceras fueron borradas del imaginario, y la cerveza se volvió parte del mundo masculino: de las tabernas, los campos de batalla, las fábricas, los anuncios publicitarios de los siglos XIX y XX, en donde la bebida aparece junto a bigotes, músculos, deportes o sensualidad femenina.

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Las brujas, el marketing y la memoria

Irónicamente, la figura de la bruja como símbolo marginal ha terminado por ocultar a las mujeres que la inspiraron. Como explica la historiadora inglesa Judith Bennett, muchas de las acusadas de brujería no eran más que mujeres pobres, viudas o sabias locales que poseían conocimientos sobre hierbas, fermentos o medicina. Es decir, mujeres que eran útiles para sus comunidades, pero incómodas para el poder.

Los sombreros puntiagudos, los calderos, los gatos y las escobas no eran atributos sobrenaturales, sino herramientas cotidianas. Como señalan las investigaciones de los museos de Oxford y de Estrella Galicia, el estereotipo visual de la bruja medieval coincide sospechosamente con el de una cervecera profesional del siglo XIII.

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Hoy, esta historia comienza a ser recuperada no solo desde la academia, sino también desde los movimientos feministas y la cultura cervecera artesanal. Muchas mujeres están reclamando ese legado, no como una nota al pie de página, sino como una herencia viva. Desde las homebrewers hasta las sommeliers especializadas en maridaje, pasando por científicas que estudian levaduras o emprendedoras que fundan cervecerías, el movimiento es claro: la historia no comienza con ellas, pero sí continúa gracias a ellas.

Brindar por lo que fermentaron ellas

Volver a mirar la historia de la cerveza con perspectiva de género no es un acto de corrección política. Es una forma de entender cómo el conocimiento femenino ha sido sistemáticamente marginado y cómo la economía, la religión y la ciencia también son campos de disputa simbólica.

Tal vez la próxima vez que alguien diga que la cerveza es “una bebida de hombres”, valga la pena contarle esta historia: la de Ninkasi, la de las alewives, la de las cerveceras perseguidas, caricaturizadas y finalmente olvidadas. Porque levantar una jarra también puede ser un acto de memoria.

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