Por Iván Cabrera
En la segunda mitad del siglo XIX, en la Ciudad de México se prohibieron los cantos y coplas de los vendedores ambulantes de la época. Neveros, pateras, chimoleras, atoleras, tortilleras, turroneras y aguadores fueron criticados la prensa, lo que derivó en la publicación de bandos de gobierno que les prohibían pregonar sus versos.
Bocados de historia: Comida casera de la clase media
En los diarios de la época, como ya hemos platicado en otras entregas, el rechazo a las fondas, figones y cocinas populares era tema común en las páginas periodísticas, pues atentaban contra el embellecimiento de la capital del país y la convertían en un muladar a los ojos de los periodistas, los defensores morales de nuestra urbe.
El combate era también contra los comensales de dichos establecimientos y quienes ofrecían sus productos, pues a decir de los informadores la comida era de ínfima calidad. Sin embargo, gracias a esos establecimientos, se podían ingerir platillos a bajo precio y salir de la tradicional tortilla con chile de las clases menos favorecidas.
En el caso que nos atañe, antes de entrar en materia, recordemos los sonidos de la capital de la voz del insigne Guillermo Prieto: “En las mañanas, al salir el sol, se oye el carbón sióo, agudísimo; el ronco acento de los que venden las manitas y el tiple de los que anuncian el mosco para los pájaros y los jarros de leche…”.
El poeta continúa, de acuerdo con lo publicado en De Santa Anna a la Reforma. Memorias de un veterano (1903): “Entre once y doce del día despiertan el apetito los que ofrecen las cabezas, las empanadas, los bollitos de a ocho… Me parecía ver a las vendedoras marchando ligeras con el terra calentano y la cecina, precediendo al que grita el requesón y el melado bueno, a la sebera de tiple agudísimo, a la melcochera y a la india que cambia tequesquite por venas de chile…
“Por la tarde, me hacían falta los pregones de las hojarascas, la cuajada, los petates, las tinajas, y en medio de la lluvia, los elotes y la cadenciosa oferta de las nueces… Por la noche, extrañaba los dúos de neveros, los solos de turroneras, las arias de atoleras, los coros de tortilleras y las romanzas de las vendedoras de fiambres y patos…”.
En 1843, un lector envió una carta a El Siglo Diez y Nueve en la que daba pormenores de lo que ocurría en las calles de la capital: “Todo vendedor, y especialmente de noche, debe según las disposiciones antiguas, correr gritando su vendimia; pero de ninguna manera pararse o situarse sobre el bordo o línea de las banquetas, que se ha hecho espresamente (sic) para comodidad de los que tienen precisión de transitar por ellas cuanto más libremente se pueda”.
Siete años después, el 15 de octubre de 1850, se publicó el Bando de la Policía sobre cantos obscenos. La decisión se tomó porque las coplas emitidas por vendedores de “dulces, helados y otras cosas” lastiman con sus cantares lúbricos aun los oídos de las gentes más perdidas de la ciudad. A decir de las autoridades, lo que parecían simples coplas derivarían en crímenes.
El artículo 1 de tal medida decía: “Se prohíbe el que los jóvenes anuncien la venta de alguna cosa, por medio de versos o cantos que ofendan el pudor y la decencia”. Los encargados de guardar la moral serían los policías, quienes ante el desacato debían arrestar a los infractores. Éstos, a su vez, serían destinados por un año al Hospicio de Pobres a servir de criados.
Aunque las autoridades intentaron poner un freno, dos años después del Bando seguían los problemas. La prensa seguía presionando, pero El Monitor Republicano salió en defensa de los vendedores, lo que molestó a El Universal, periódico independiente, por lo que publicó una notita en interiores abordando el tema.
“El Monitor, el felicísimo Monitor, enfadándose en alto grado por las escitativas (sic) que la prensa ha hecho a la autoridad municipal, a fin de que impida el que los turroneros canten por las calles coplas obscenas dice: que tal cosa seria coartar la libertad para que esas pobres gentes ganen su vida. ¿Quién no se desternilla de risa con las ocurrencias del Monitor?”.
El Sol, otro diario de la época, publicó que era inconcebible que la culta México tolerara a “esas vendedoras de turrón los versos tan infames con que quieren endulzar más su vendimia y atraer así a sus marchantes (…) nosotros deseamos no que se les prohibiese el espendio (sic) del turrón, sino que se castigara severamente la desvergüenza con que ofenden el pudor público”.
Es un hecho que la sociedad casi siempre va por encima de las normas y la costumbre es difícil de limitar. Para 1870, el problema de los cantos obscenos seguía, y así lo registraba El Espectador: “Cantaban anoche unos versos tan indecentes dos mujeres en la calle de la Mariscala, que las señoras que por allí pasaban, preferían abandonar la banqueta, porque la concurrencia de hombres y de muchachos repetían a gritos las insolencias de dichas turroneras”.
De cuando las sobras de comida se vendían como escamocha
Incluso, quienes debían guardar el orden se unían al espectáculo: “(…) hace pocas noches, unas muchachas menores de once años vendían turrón en una calle, cantando coplas obscenas. Tenían auditorio de muchachos, y el guarda nocturno las escuchaba también contento. Entendemos que cantar coplas obscenas está prohibido, y que los guardas en vez de escuchar a las cantoras deben imponerles silencio, sobre todo si son de tan corta edad”, escribió La Voz.
En 1873, a decir de El Monitor, el gobernador del Distrito (Federal) dispuso que se impusiera silencio a las turroneras que cantan “versitos obscenos en las calles”. Además de congratularse por la medida, el diario iba más allá al decir que “a los reincidentes que se les aplique un tizón ardiendo a la boca para que pierdan la afición a lo colorado”. Como la medida se había olvidado, las autoridades de la capital decidieron, en 1875, volver a publicar el Bando de la Policía de 1850.
Pero ¿cuáles eran estos inmundos versos o coplas vergonzosas? La verdad es que los diarios no registran tales o cuales. Como hemos explicado, los periódicos eran muy conservadores para replicar lo que en las calles se decía, de ahí que la oralidad haya cedido al paso del tiempo, por lo que estos juegos verbalizados nacían y morían en las calles.
Sin embargo, el semanario La Risa, una publicación de la primera década del siglo XX, podría darnos una muestra del tipo de humor que existía:
Dijo una amiga querida
a cierta recién casada:
–¿Tuviste buena salida?
Y ella contestó enseguida:
–Mejor ha sido la entrada
Podríamos imaginar que este tipo de coplas eran las que sentenciaron a los vendedores a recibir la reprimenda de las autoridades, pero hoy en día, esos versos de doble sentido se siguen escuchando en los mercados, tianguis o en corredores comerciales. La costumbre, aunque mala sea, a veces permanece en el tiempo.