Una de las regiones más tradicionales y centenarias que se dedican a la fabricación de vino es el Valle de Yarra (Yarra Valley) en Australia. Cerca de la ciudad de Melbourne, en el sur del país y a tan solo una hora de camino se pueden visitar las casas viticultoras que llevan años dedicadas a la fabricación de vino.
A pesar de que el vino australiano es “nuevo” en el sentido de referirnos a este como del “Nuevo Mundo” (todo aquello que no es Europa), la tradición y la cultura se imponen. Grandes nombres se hacen presentes en la escena y las múltiples bodegas que producen y exportan millones de botellas dentro y fuera de Australia están por doquier en esta región que tiene una gran experiencia haciéndolo. Por consiguiente sus instalaciones son de primer nivel y de gran calado (¡y supongo que también costo!).
Por supuesto que cualquiera de nosotros no dudaría ni una sola vez para visitar y probar el vino de este lugar.
Sin embargo, en la visita que tuve oportunidad de realizar hace poco al “Yarra Valley”, la última parada fue una pequeña casa productora de vino (Payten & Jones), con tan solo unos cuantos trabajadores y cuya sala de catas se encontraba al aire libre, mesas de madera cubiertas con un toldo y ventiladores para el calor (recordemos que actualmente es verano en el hemisferio sur) y sus paredes llenas de Grafiti (bien hecho).
Nos sentamos a la mesa y el enólogo de cabecera comentó que había emigrado de Jamaica y que se había interesado por el vino y desde entonces, había aprendido a hacerlo. Después de haber visitado las otras bodegas (equipadas en el sentido totalmente opuesto con instalaciones lujosas) nos dispusimos a probar el vino de este lugar entre grafiti (con cierto escepticismo, debo admitir) y fuimos gratamente sorprendidos por la calidad de lo que estábamos bebiendo.
No solamente eso, sino que las etiquetas de las botellas eran total y absurdamente irreverentes y los nombres de los vinos se habían simplificado a tal grado que no había duda de lo que estábamos bebiendo.
Como prácticamente todas las botellas de Australia que no tienen corcho sino taparrosca, estas no eran la excepción, combinaban perfectamente con la practicidad de la etiquetas irreverentes y simplificadas, aptas para ser consumidas por cualquier público.
En tan solo los 45 minutos que estuvimos en la sala de catas (más bien sería “patio de catas”) entre grafiti y ventiladores, llegaron múltiples grupos al establecimiento, desde curiosos consumidores hasta una enorme “bachelorette party” (despedida de soltera) con más de 30 personas que felizmente probaron el vino del lugar. Este fenómeno no lo vi en ningún otro lado del prestigiado “Yarra Valley” ni en ninguna otra bodega.
Lo anterior me dejó pensando en las nuevas tendencias que los consumidores están estableciendo en sus gustos por las bebidas alcohólicas (o no alcohólicas). Con una clara tendencia a la baja, cada vez se consume menos alcohol entre las nuevas generaciones y en ello, el vino es quizá una de las categorías que más se ha visto afectada por este patrón.
Aunado a lo anterior está lo complicado para entender el vino muchas veces y la falta de mecanismos que lo hagan accesible, además de una percepción extendida sobre el elitismo de esta bebida; todo esto lo ha vuelto un objetivo perfecto para la disrupción, como lo es una bodega en medio del valle más renombrado de esta región australiana, que está haciendo las cosas de manera distinta. Ello nos lleva a pensar en qué otras tendencias están a la moda y qué podemos esperar en el futuro: ¿más vino en lata? ¿vino sin alcohol? ¿cocteles? ¿menos vino pero de mejor calidad y a menor precio?
Lo último que diré al respecto es esto: el éxito de la bodega a que me refiero no es el grafiti y la irreverencia en sí mismas, sino la combinación de ellas con un producto de alta calidad que compite con las otras bodegas. Cuando la calidad y la accesibilidad se combinan, entonces es que hay un producto ganador.
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