Si alguien alguna vez dudó de que la política y las papas fritas pudieran cruzarse en una misma oración, Donald Trump llegó para despejar todas las dudas. El ex presidente (próximo a renovar el cargo) de Estados Unidos, con sus trajes hechos a medida y su torre dorada en la Quinta Avenida, ha construido una relación fascinante y compleja con la comida rápida, especialmente con el icónico McDonald’s. Desde pedir Big Macs y Filet-O-Fish durante su campaña hasta servir un banquete de hamburguesas en la Casa Blanca, el magnate ha utilizado la comida rápida como parte de su dieta, así como una herramienta para afianzar su conexión con la clase trabajadora estadounidense. Pero ¿qué hay detrás de esta fascinación?
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La relación de Trump con McDonald’s y otras cadenas de comida rápida es bien documentada y remonta a años antes de su incursión en la política. Sin embargo, en el contexto de su imagen pública, las hamburguesas y las papas fritas cumplen un rol importante. Para un multimillonario que vive en una lujosa torre de Manhattan, el consumo de comida rápida, un símbolo indiscutible de la cultura popular estadounidense, le permite construir una imagen más “humana”. Como dice el estratega republicano Russ Schriefer, el gesto de Trump al comer KFC o McDonald’s “es una forma de mostrar que, aunque es un multimillonario, no está desconectado de las masas”. Para Trump, la comida rápida es un acceso directo a la percepción de autenticidad y sencillez que muchos votantes valoran en un líder.
El hecho de que Trump consuma con gusto Big Macs y otros íconos de la comida rápida se alinea estratégicamente con su narrativa de ser un hombre “como el resto de nosotros”. Este concepto es particularmente efectivo en un país donde las hamburguesas y papas fritas forman parte del ADN nacional. En su opinión, el gusto por McDonald’s representa una forma de entender y conectar con la cultura de la clase media y trabajadora, un grupo que fue fundamental para su victoria en las elecciones de 2016.
Trump y la comida rápida, obsesión bien documentada
No solo ha habido fotografías y videos de Trump disfrutando su comida rápida, sino que su devoción también ha sido confirmada por quienes lo rodean. Según Jared Kushner, su yerno, cuando Trump contrajo COVID-19 en 2020, uno de los primeros indicios de que estaba recuperándose fue su pedido de una comida de McDonald’s: una Big Mac, un Filet-O-Fish, papas fritas y un batido de vainilla. Esto habla de la comodidad y familiaridad que encuentra en estos alimentos, al punto de usarlos como un símbolo de “normalidad” en momentos críticos.
Además, su amor por esta comida ha trascendido los confines de su vida privada, integrándose en su rol público. Durante su presidencia, en más de una ocasión, Trump sirvió comida rápida a equipos de fútbol universitario en la Casa Blanca, una decisión que fue vista como peculiar, pero que sus defensores interpretaron como una muestra de su carácter “autentico” y práctico. Aunque fue criticado por esta elección, el mensaje detrás de esas cenas resonó con una buena parte del público: un presidente que no tiene problema en ofrecer comida accesible y popular a sus invitados.
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¿Un asunto de salud, o de marketing?
Algunos observadores consideran que la fijación de Trump con la comida rápida va más allá de la estrategia política. En su libro Fire and Fury: Inside the Trump White House, el autor Michael Wolff sostiene que el gusto de Trump por las hamburguesas está relacionado con su desconfianza hacia la comida preparada en lugares poco conocidos, y hasta con un temor profundo a ser envenenado. Para Trump, según Wolff, la comida rápida representa seguridad, ya que es preparada de forma estandarizada y sin sorpresas: “Cuando come en McDonald’s, nadie sabe que él va a ir, y la comida es preparada con estándares que minimizan los riesgos”.
El ex presidente también ha mencionado que, para él, la comida rápida es sinónimo de limpieza y estándares de calidad en su preparación. En una entrevista con CNN en 2016, Trump explicó que prefiere comer en cadenas porque confía en sus controles de calidad, señalando que “una hamburguesa en mal estado podría destruir McDonald’s”, destacando la importancia de la seguridad alimentaria en grandes cadenas.
La competencia con Kamala Harris y su vínculo con McDonald’s
La devoción de Trump por esta cadena llegó a un nuevo nivel en el marco de la actual campaña presidencial. Recientemente, durante una visita a una sucursal de McDonald’s en Filadelfia, Trump aprovechó para poner a prueba sus habilidades en la freidora y en la ventanilla del autoservicio. Esta actividad fue un aparente intento de responder a los comentarios de su rival, Kamala Harris, quien afirmó haber trabajado en este restaurante de comida rápida en los años 80. Sin embargo, Trump ha desestimado esa historia, llamando “mentirosa” a Harris y calificando de “improbable” su experiencia laboral en la cadena de comida rápida.
Este acto de “trabajar” en un McDonald’s parece haber sido una movida para reafirmarse como el verdadero campeón de la cultura de la comida rápida en la contienda electoral, un ámbito en el que claramente se siente cómodo y respaldado por su público.
El arte de usar lo común para construir una narrativa
La preferencia de Trump por la comida rápida puede parecer trivial, pero, en realidad, forma parte de una narrativa cuidadosamente elaborada que refuerza su imagen como el “hombre del pueblo”. Comer en McDonald’s, pedir su menú favorito de Big Macs y papas fritas, y utilizar las cadenas de comida rápida como lugares para tomarse fotografías tiene un efecto potente entre su base de seguidores. Como explica el exdirector de comunicaciones Anthony Scaramucci, la imagen de un Trump comiendo hamburguesas y papas fritas refuerza su cercanía con aquellos que se sienten alejados de la élite política tradicional.
Para muchos, el gusto de Trump por la comida rápida es, en el fondo, una extensión de su estrategia para proyectarse como alguien cercano al estadounidense promedio. Este enfoque ha sido parte de su narrativa desde el inicio de su carrera política, y su relación con McDonald’s es un símbolo poderoso de cómo utiliza elementos de la cultura popular para conectar con un público amplio y diverso. Si bien su amor por los Big Macs y las papas fritas es indudable, también es evidente que Trump ha transformado esta preferencia personal en una herramienta de campaña altamente efectiva.