La elección del Papa es uno de los actos más solemnes de la Iglesia católica. Durante el cónclave, los cardenales se dedican al discernimiento espiritual. Es por eso que, la comida, como la palabra, puede comunicar, y es precisamente ese potencial lo que ha motivado un sistema de control casi obsesivo que impide desde pasteles cerrados, pollos enteros o hasta bebidas en recipientes opacos.
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La alimentación, en este contexto, no es un simple trámite, y aunque es parte de la atmósfera de reflexión, resalta el peso simbólico que tiene como umbral entre el mundo exterior y la clausura sagrada.


El Papa Francisco lo sabía, pues al ser Ingeniero Químico en Alimentos, promovió en vida una Iglesia austera y cercana a los pobres, es así como la sobriedad en este rito es un símbolo eclesial: una mesa común, sencilla, compartida, que prepara al cuerpo para una decisión inspirada por el Espíritu. Como decía san Benito: “Lo suficiente, no lo excesivo”. Incluso para elegir a un pontífice, esa máxima aún tiene sabor.
Incluso en la más reciente película Cónclave (2024), basada en la novela de Robert Harris, las intrigas se desarrollan más en el comedor que en Capilla Sixtina. La tensión se mastica entre cucharadas de sopa. “La comida es la última frontera del diálogo, cuando todo lo demás ha sido silenciado”, sugiere el guión. Y aunque se trata de ficción, no anda tan lejos de la realidad.
Mientras tanto, según algunos medios afines al proceso católico, días antes del encierro, algunos cardenales disfrutan sus últimos placeres gastronómicos en Roma. En Al Passetto di Borgo, a pasos de la basílica de San Pedro, el cardenal Donald Wuerl pide su tradicional lasaña; Francesco Coccopalmerio, calamares a la parrilla. Quizá conscientes de que es su última ingesta con libertad. Tal vez también, de que es la última antes de convertirse en Papa.


Durante un cónclave papal, mientras el mundo espera humo blanco y los fieles rezan por un nuevo líder espiritual, un detalle casi mundano permanece oculto tras los muros del Vaticano: ¿qué comen los cardenales mientras eligen al nuevo Papa? Lejos de la ostentación que podría imaginarse, la respuesta revela una mezcla de tradición, sobriedad, logística meticulosa y hasta curiosidades culinarias donde el poder, intrigas y hasta envenenamiento o mensajes ocultos en el plato han sido parte de su historia.
Una historia de elección: del abuso de poder, intrigas y veneno a la austeridad, sencillez y ayuno
Durante siglos, la dieta de los cardenales fue limitada y simbólicamente modesta. Aunque no se trataba de un ayuno estricto, se esperaba que la comida reflejara recogimiento espiritual, pero el término cónclave proviene del latín cum clave, que significa “bajo llave” tomó gran relevancia en un cónclave eterno que obligo a reflejar en la práctica encerrar a los cardenales hasta que se logre una elección papal.


Esta costumbre nació en un contexto de urgencia: el cónclave de Viterbo (1268-1271) duró casi tres años, y fue tan prolongado que las autoridades locales y feligreses redujeron la cantidad de alimentos de los cardenales a pan y agua. Desde entonces, el aislamiento y la austeridad pasaron a formar parte integral del ritual, debido a que fueron 3 años (algunos dicen que mil días) de vacío político y legal, pues la prolongación afectó la agricultura y el comercio local.
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Los cardenales, con sus sirvientes, séquitos y necesidades logísticas, colapsaron la infraestructura de Viterbo. La ciudad no era grande ni rica, y albergarlos durante años supuso un gasto enorme en alimentos, hospedaje y seguridad. Muchos trabajadores fueron desviados a tareas relacionadas con el mantenimiento del cónclave. En consecuencia, hubo escasez de productos básicos y aumento de la pobreza. Además, la falta de un líder espiritual generaba inseguridad moral y política, lo cual elevó el malestar. El comercio local se desvió hacia el sostenimiento del cónclave, generando desabasto y subida de precios, lo que provocó el hartazgo de la población. Incluso llegaron a extremos de quitar el techo y dejarlos a pan y agua, todo supuestamente orquestado por Carlos de Anjou, rey de Sicilia.




Por otro lado, la historia narra que la comida ha presentado un riesgo potencial: los raviolis de un cardenal podían estar rellenos de un mensaje ilícito del personal de cocina; o un cardenal podía informar furtivamente sobre la votación al mundo exterior con una servilleta sucia.
Al finalizar esa etapa, tres años después, en 1274, y luego de vivir en carne propia el cónclave más largo de la historia —que duró casi tres años—, el papa Gregorio X impuso reglas estrictas para evitar futuras eternidades electorales en la constitución apostólica Ubi periculum. Entre ellas, el aislamiento absoluto de los cardenales… y un régimen alimentario que rayaba en la penitencia. Si no se alcanzaba un acuerdo en tres días, se reducía la alimentación a una sola ración diaria; tras ocho días, solo pan y agua (mezclada con un poco de vino), a través de una pequeña abertura se les proporcionaría.
La medida no solo buscaba apurar la decisión: pretendía cortar cualquier canal de comunicación ilícita que pudiera colarse entre ravioles o empanadas cerradas.


Con el tiempo, el menú mejoró. El papa Clemente VI, en el siglo XIV, autorizó comidas de tres tiempos. Y durante el Renacimiento, se volvió incluso abundante, aunque no por eso menos controlada.
Bartolomeo Scappi, el chef estrella de los papas Pío IV y Pío V, y considerado uno de los primeros chefs reconocidos en el mundo, dejó en su tratado Opera dell’Arte del Cucinare (1570) la crónica más completa de la cocina del cónclave: guardias vigilando los fogones, catadores revisando cada plato, platillos transportados en turnos sorteados y servidas mediante una ruota —una rueda giratoria empotrada en la pared— que evitaba el contacto entre cocineros y cardenales.
“Los alimentos estaban estrictamente controlados, sin permitir nada que pudiera ocultar un mensaje secreto. Nada de pasteles cerrados. Nada de pollos enteros. El vino y el agua debían ofrecerse en vasos transparentes, no en recipientes opacos. Las servilletas de tela se abrían y se inspeccionaban cuidadosamente. La gastronomía dejó de ser un privilegio y se convirtió en parte del ritual del encierro”, decía Scappi en su libro.




Este acuerdo se creó, en parte, para garantizar el aislamiento completo de los cardenales y, en parte, para disipar las preocupaciones sobre el envenenamiento. Después de todo, especialmente durante el Renacimiento, el papado era un cargo político muy influyente.
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En el cónclave de 1903, los platos eran tan humildes que algunos prelados se quejaron de su estado físico. Con el tiempo, las condiciones mejoraron, aunque siempre bajo la premisa de sobriedad alimenticia. A medida que el cónclave se hizo más corto, también cambió el enfoque hacia una alimentación más funcional. Hoy en día, desde la reforma del cónclave establecida por Juan Pablo II y reafirmada por Benedicto XVI, los cardenales electores mejoraron un poco esas condiciones.
Logística moderna: cocina vaticana y rutina en la Casa Santa Marta
Según Vatican News, durante el próximo cónclave, que comienza el 7 de mayo, los 135 cardenales se alojarán en la Casa Santa Marta, mejor conocida como la Domus Sanctae Marthae, con la comodidad de un hotel sobrio y el aislamiento requerido. Allí, un grupo selecto de monjas —bajo estricta vigilancia y reglas de silencio— cocinará para ellos.
El acceso está sellado. Nadie entra ni sale sin autorización. Los dispositivos electrónicos están prohibidos.


La alimentación en el cónclave corre a cargo del servicio de cocina del Vaticano, bajo la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. El equipo para atender a los cardenales está formado por cocineros laicos y religiosas con experiencia previa en el Vaticano. Se sigue un protocolo sencillo: “el almuerzo incluye entrada, plato principal, guarnición y fruta; la cena, una versión más ligera. El vino solo bajo pedido. Nada de destilados”, detallan las normas.
Todo el personal firma un juramento de confidencialidad y el trato con los cardenales se reduce al mínimo indispensable. “No solo se cuida la comida, se cuidan las palabras”, señala parte del contrato, pues toda la operación se ejecuta bajo estrictas reglas para evitar filtraciones.
Cada cardenal ocupa una habitación privada sin acceso a teléfonos móviles, prensa ni televisión. Se trata de un retiro espiritual profundo.
¿Qué comen? Menú digno pero sin lujos
La cocina de este cónclave 2025 será sencilla, sobria, pero nutritiva. Se organiza con tres porciones diarias, menús planificados, opciones saludables y adaptadas a restricciones dietéticas. También se respetan particularidades culturales y religiosas.
“El desayuno incluye café, leche, pan, mermeladas, queso, fruta y algo de embutido. El almuerzo, más sustancioso, tiene un plato de pasta o sopa, carne o pescado con guarnición, fruta o postre. La cena es más ligera, similar al almuerzo. El vino está permitido, en cantidades moderadas”, según se enuncia en un comunicado del Vaticano de otros años.


Aunque el Vaticano no publica los menús del cónclave, se conocen detalles del de 2013, cuando fue elegido el Papa Francisco. “Los platos eran sencillos: espaguetis al pomodoro, lasaña de verduras, pollo al horno con hierbas, merluza al vapor, purés y postres como flan o tiramisú”, relatan algunos de los involucrados.
En otros años, según los propios cardenales cuentan, los menús están inspirados en la gastronomía de Lazio y los Abruzos. Han dado minestrone, espaguetis, arrosticini (brochetas de cordero) y verduras hervidas. Por las mañanas, pan, café, mermelada y té. De postre, solo frutas frescas o, en domingos especiales, un pequeño budín o una tarta simple. Pan fresco todos los días. Nada que pueda interpretarse como lujo. Todo lo que se sirve transmite contención, disciplina y propósito.
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Un ejemplo de menú, según algunos trabajadores que permanecen en el anonimato pero que han estado en ese servicio, podría ser:
Desayuno
- Café o capuchino
- Panecillos con mantequilla y mermelada
- Fruta fresca
- Yogurt natural
Almuerzo
- Rigatoni al ragù (salsa de carne)
- Pechuga de pollo a la salvia con papas al horno
- Ensalada mixta
- Pan blanco o integral
- Fruta fresca o natilla
Cena
- Sopa de verduras o minestrone
- Pescado al vapor con calabacines
- Compota
- Té o infusión
Los menús pueden variar, pero siempre dentro del marco de la austeridad religiosa. Se cuenta con apoyo de nutricionistas del Vaticano, y se ofrece comida adaptada para cardenales con condiciones médicas.
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