En el íntimo resplandor de una mañana otoñal en el Kimpton Virgilio de Polanco, los aromas familiares del Día de Muertos —azahar, anís y naranja— llenaron el aire, pero esta vez con un toque inesperado, las burbujas delicadas de un vino espumoso. En una cata cuidadosamente curada por la panadería Buñuelo, en colaboración con el Consejo Mexicano Vitivinícola y el restaurante Pepe, se invitó a los asistentes a explorar una combinación inusual pero exquisita, pan de muerto maridado con vinos espumosos mexicanos.
El resultado fue más que una sorpresa agradable, se trata de una celebración de la herencia mexicana llevada a nuevos retos gastronómicos. Tres versiones del emblemático pan, cada una con su propia interpretación de tradición y sabor, se emparejaron con tres espumosos cuidadosamente seleccionados, lo que ofreció una experiencia multisensorial que rompió esquemas, pero mantuvo las raíces bien plantadas.
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La combinación ideal de vino espumoso con pan de muerto
De las tres combinaciones propuestas, la joya de la cata fue, sin duda, el maridaje entre el pan de muerto de anís con pulque y el Jacques Brut de Bodegas Jacques, un vino espumoso de Querétaro. El pan, cubierto de azúcar y ajonjolí, tenía una suavidad característica que lo diferenciaba de la versión tradicional. La inclusión de pulque en la masa le dio una profundidad de sabor inusual, una especie de rusticidad ligera que el anís complementaba con su toque sin volverse abrumador.
El Jacques Brut, con sus burbujas finas y notas de manzana verde y flores blancas, realzó los matices del pan sin dominarlo. Los toques de bollería y frutos secos del vino en boca encontraron en el anís un acompañante perfecto, equilibrando la dulzura del azúcar con la acidez vivaz del espumoso. Este maridaje no solo fue un éxito para los paladares presentes, sino un claro ejemplo de cómo las tradiciones pueden modernizarse sin perder su esencia. Para los comensales, esta unión de sabores fue, en una palabra, reveladora.
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Clásicos reinventados
El segundo pan de muerto, cubierto de chocolate oscuro de origen mexicano, fue un guiño a los paladares más golosos. Su textura y sabor eran más densos, con un dulzor que podría haber sido abrumador si no hubiera sido por la elección del vino, el Palomas Brut de Cava 57, también de Querétaro. Las burbujas de este espumoso cortaban con elegancia la riqueza del chocolate, mientras que las notas cítricas y el retrogusto de levadura mantenían el equilibrio justo entre dulzor y frescura. Sin embargo, esta combinación fue recibida con opiniones encontradas; si bien fue apreciada por su complejidad, para quienes no están acostumbrados a postres tan intensos, podría resultar demasiado empalagosa.
El tercer maridaje ofreció una opción más segura para los tradicionalistas, el pan de muerto tradicional, con ralladura de naranja en su masa, acompañado de Mila de Vinícola Amelia. Las notas cítricas del pan encontraron un eco armonioso en las notas de manzana verde y lima del espumoso. Aunque esta combinación cumplió con las expectativas, no generó el mismo entusiasmo que la versión con anís y pulque, quizá porque se trataba de una elección más conservadora en una tarde repleta de innovación. Aunque también amamos lo seguro y esta elección se adapta a cualquier paladar.
Maridar pan de muerto con vinos espumosos mexicanos es una propuesta que, en el papel, podría haber sido considerada atrevida o incluso arriesgada. Sin embargo, la ejecución de esta cata demostró que, cuando se hacen con cuidado, estos experimentos pueden dar lugar a combinaciones sorprendentes y memorables. Lejos de ser una simple novedad, este maridaje entre lo tradicional y lo moderno ofrece una nueva forma de experimentar dos de los productos más emblemáticos de México.
Menú que rinde homenaje a al Día de Muertos
La cata no terminó con el pan de muerto. Como broche final, los comensales disfrutaron de un menú degustación que evocaba el espíritu de la festividad, con un toque moderno. Entre los platos más destacados estaba el pastel negro de guayaba y zapote con helado de azahar, un postre que capturó la esencia del Día de Muertos con su mezcla de sabores tradicionales mexicanos. La textura aterciopelada del pastel, junto con la frescura floral del helado, proporcionaron un cierre perfecto esta experiencia. El Endémico Sangiovese Rosado fue la elección ideal para este plato, aportando un toque frutal y floral que complementó el postre sin competir con sus sabores.