“La guerra se basa en el engaño”, decía Sun Tzu, y lo mismo repetía siglos más tarde Eduardo Galeano, al recordar que casi todas las guerras se justifican en nombre de causas nobles. Sin embargo, uno de sus rehenes más comunes ha sido y sigue siendo el alimento. En el siglo XXI, la inseguridad alimentaria se ha convertido en un campo de batalla invisible donde convergen conflictos armados, crisis económicas y fenómenos climáticos, afectando a millones.
El Informe mundial sobre crisis alimentarias 2023, elaborado por la Red de Información sobre Seguridad Alimentaria de la Unión Europea, documenta que los conflictos armados han sido la principal causa de inseguridad alimentaria aguda para más de 117 millones de personas en el mundo, por encima de las crisis económicas (84 millones) y los fenómenos climáticos extremos (56 millones).
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Una historia de control: Del campo a la guerra
El uso de los alimentos como herramienta de dominación no es nuevo. En su tesis “Los alimentos como arma geopolítica, seguridad nacional alimentaria en el mundo multipolar y el caso de la dependencia de México con EU”, el investigador José Miguel Silva Tejeda expone cómo, desde los faraones hasta las corporaciones transnacionales, el control sobre los medios básicos como los alimentos ha servido para someter pueblos y coartar la autonomía de las naciones y “ha privado a las personas que viven en el campo de los medios para vivir -sobrevivir-, obligándolas a dejar su modo de autogestión de recursos para esclavizarlos en las ciudades y adueñarse de la tierra, restringiendo sus derechos fundamentales”.
Existen infinidad de ejemplos en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y pero en particular la de Vietnam, donde Estados Unidos mostró el poder de su maquinaria agrícola no solo como sustento propio, sino como herramienta de intervención. En Vietnam, la Operación Ranch Hand convirtió a la naturaleza en enemiga, destruyendo cultivos y selvas con herbicidas, afectando directamente el suministro alimentario del Viet Cong. Ya desde entonces, la ayuda alimentaria fue camuflada como acto humanitario, mientras consolidaba intereses estratégicos.
En las décadas de Thatcher y Reagan, la desregulación y la privatización agrícola —banderas del neoliberalismo— permitieron a corporaciones como Monsanto, Cargill, Dupont y Novartis acaparar semillas, suelos y derechos de producción a través de patentes y biotecnología. El sistema internacional, encabezado por la Organización Mundial del Comercio (OMC), incluso atacó la “reserva” de alimentos como distorsión del libre mercado, reforzando esta lógica de control corporativo.
La concentración del poder alimentario global ha sido tal que, como advierte Silva, el 70% de la población mundial padece carencias alimentarias y el 10% hambre crónica, no por falta de producción, sino por una cadena de distribución condicionada por intereses económicos y políticos.
De las semillas a la soberanía


¿Por qué hablar de un poderío económico y político de los alimentos?, según Silva Tejeda “A los alimentos se le atribuye una nueva forma de sacar provecho de los cambios en las relaciones comerciales del mundo, como lo fue el sistema de auto-refuerzo pasado, en donde la moneda se canjeaba por mercancía, y nada se acercaba al valor del petrodólar”.
Es por eso que mientras EU continuó dominando cultivos clave como el maíz, la soya o el trigo, China y Rusia reaccionaron reforzando su soberanía alimentaria. En 2019, Vladimir Putin buscó y logró que Rusia quedara como primer exportador mundial de trigo, tras años de embargos alimentarios autoimpuestos que incentivaron su autosuficiencia agrícola. China, por su parte, acumuló más de 2,100 toneladas de oro y expandió sus reservas alimentarias, como parte de una estrategia que combina resiliencia económica y previsión geopolítica.
Este viraje refleja un nuevo paradigma: los alimentos son el nuevo petróleo. En el actual ciclo económico, tras el alza de los precios energéticos, la presión se traslada a los precios de los alimentos, impulsada por el crecimiento demográfico, la urbanización y la expansión de la clase media. Por ello, “el principal desequilibrio de los productos básicos que formará la fisionomía del comercio mundial en los próximos años no es el de la energía, sino el de los alimentos impulsado por el aumento constante de los precios, debido a una fragmentación por el lado de la oferta que es incapaz de alcanzar la creciente demanda”, asegura Silva Tejeda.
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En promedio, según la FAO en estudios realizados en 2023, los países ricos consumen 30% más calorías que los pobres, pero el valor de esos alimentos es ocho veces mayor, lo que agudiza las brechas y concentra el poder en quienes controlan la oferta.
Sin embargo, a diferencia del sector energético, la industria alimentaria global carece de inversión, innovación y coordinación suficientes. La fragmentación de la oferta y la escasez de infraestructura impiden que la producción responda al ritmo de la demanda. Y eso convierte a los alimentos en una herramienta ideal para presionar, chantajear y someter.
Esto según Silva Tejeda es un arma que da la autonomía alimentaria y es de doble uso; por una parte es útil para manipular los mercados y por otra, para obtener independencia comercial, ambas son complejas y profundas operaciones de dimensión geoestratégica, una se refiere a la presión política y la otra a la soberanía nacional; sin olvidar la guerra arancelaria de EE.UU. contra el mundo en la administración Trump.
¿Qué dice el derecho internacional?


Frente a este panorama, la Cruz Roja Internacional señala que el Derecho Internacional Humanitario establece claramente que no se puede usar el hambre como arma de guerra, e incluso Resolución 2417 del Consejo de Seguridad de la ONU, emitida en 2018, condena explícitamente la inanición como táctica bélica e insta a los estados a permitir el acceso humanitario a zonas afectadas por conflictos.
E incluso contiene una lista no exhaustiva de bienes indispensables para la supervivencia de la población civil que gozan de una protección mayor: alimentos, zonas agrícolas, cultivos, ganado, instalaciones para el agua potable, insumos y obras de riego.
Es decir que la tierra, los infraestructura y otros bienes indispensables para la producción, la distribución y el abastecimiento de alimentos y agua, como los mercados o las plantas generadoras de energía, se benefician de esa protección aun cuando los tratados de DIH no se refieren expresamente a ellos como “bienes indispensables para la supervivencia de la población civil”.
Aun así, sabemos que la realidad es otra, pues en países como Sudán, Yemen, Malí, Somalia, Etiopía, Myanmar y Haití muestra que estos principios suelen ser ignorados y se encubren como daños colaterales, ataques a bases de líderes o persecusión de los mismos.
Por ello el bloqueo de ayuda humanitaria, el retiro de misiones de paz de la ONU y la expansión de grupos armados empeoran el acceso a los alimentos y agudizan las crisis humanitarias y asfixian a los sobrevivientes para generar genocidios encubiertos.
Gaza, Irán e Israel: el nuevo epicentro del hambre estratégica


Aunque el conflicto entre Irán, Estados Unidos e Israel ha captado la atención mundial en 2024-2025, el uso de la alimentación como arma se evidenció de forma atroz en la guerra sobre Gaza. Según Jonathan Whittall, responsable de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), en un artículo publicado en UN News, comenta que el colapso de las líneas de suministro ha transformado la ayuda humanitaria en un arma de guerra: no hay alimentos, ni medicinas, ni agua potable; las panaderías cierran, y la basura se acumula mientras los hospitales colapsan.
Whittall denuncia que “la ayuda se está convirtiendo en un arma a través de su negación” y advierte que, aunque se reclama la rendición de cuentas internacional, la población civil paga el precio más alto de estas decisiones geopolíticas.
En medio del conflicto actual entre Irán e Israel, con EU como actor dominante, el bloqueo de suministros, la destrucción de infraestructura sensible como zonas urbanas, blancos militares y nucleares, disfraza el riesgo de contaminación agrícola y el encarecimiento extremo de bienes básicos (sin acceso al gas, combustible o efectivo) lo que reafirman que el hambre es siempre la primera en aparecer en una guerra. Y, como lo confirman las estadísticas, el impacto no se mide solo en calorías faltantes, sino en el debilitamiento de la soberanía, el desplazamiento forzado y la desestabilización política de regiones enteras.