Hay cafés que despiertan, y otros que te dan una cachetada de realidad con historia incluida. El de Michoacán hace ambas cosas. Pocos lo saben, pero en 1866, el café de Uruapan fue premiado como el mejor del mundo en el Congreso de Filadelfia. Así como lo lees, mientras otros apenas le echaban azúcar al agua caliente, Michoacán ya le daba cátedra al planeta sobre cómo se debe beber el café.
Pero esta historia va mucho más allá del sabor, se trata de una travesía que empieza en Tierra Santa, pasa por Morelia, florece en Ario de Rosales y conquista al mundo desde Uruapan. En medio, hay nombres que suenan a calles del centro y otros que deberían sonar más fuerte en los libros de texto. Uno de ellos es Mariano Michelena, el prócer olvidado que no solo soñó con la independencia de México… también sembró el primer cafeto de calidad en nuestro suelo.
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Creció en tierra insurgente
Antes de volverse cafetero accidental, Mariano Michelena era un conspirador profesional. Originario de Valladolid (hoy Morelia), este abogado ilustrado fue uno de los pioneros del movimiento independentista. En su casa se celebraban reuniones clandestinas con personajes como Hidalgo, Allende y Abasolo, que después detonarían la guerra por la libertad de México.
Tras la consumación de la independencia, Michelena fue enviado como diplomático a Inglaterra. Aquí es donde la historia da un giro de tuerca al estilo novela del siglo XIX, en lugar de volver directo al continente, decide emprender una peregrinación por el Medio Oriente. Su travesía lo lleva hasta Moca, en Yemen, uno de los puertos más importantes del comercio de café de la época. Ahí, compra semillas de Coffea arabica de linaje puro —nada de híbridos ni variedades genéticamente manipuladas—.
Con la meticulosidad de un botánico y la pasión de un revolucionario, Michelena regresa a Michoacán y planta las primeras semillas en su propio jardín. Cuando las plantas alcanzan la madurez, las traslada a su hacienda en Ario de Rosales. Así comienza el boom cafetalero michoacano, con una diplomacia que germinó en raíces profundas.
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El café que le quitó el sueño a Filadelfia
Pongamos el escenario, es 1866, plena efervescencia del siglo XIX. El mundo comienza a industrializarse, los imperios compiten no solo por territorios, sino por prestigio agrícola. En ese contexto, se organiza el Congreso de Filadelfia, un evento que reconoce los avances científicos, culturales y productivos a nivel mundial.
¿Y quién aparece ahí? Nada menos que el café michoacano. No como una curiosidad exótica, sino como el mejor café del mundo. Así lo determinan los jueces internacionales, cautivados por su aroma floral, su cuerpo medio y su sabor perfectamente balanceado.
El eco de este premio se extendió mucho más allá del Atlántico. El mismísimo José Martí, poeta y revolucionario cubano, escribió al escritor michoacano Eduardo Ruiz para declarar, con emoción: “Daría lo que fuera por volver a probar una taza del café de Uruapan.” Ese café no solo se exportaba. Se extrañaba.


Laboratorio viviente
En aquel entonces, Uruapan era una capital cafetalera. Las fincas no solo cultivaban café, lo perfeccionaban. Se experimentaba con alturas, variedades, métodos de fermentación y formas de beneficiado. Era un conocimiento vivo, transmitido entre generaciones, que hacía del café michoacano algo inigualable.
Ariadna Guadalupe, barista en Geronte 91, es una de las voces actuales que retoman este legado. Para ella, la historia del café en Michoacán es también la historia de una región que ha resistido, sembrado y transformado su entorno con cada cosecha. Desde su trinchera en el arte del café de especialidad, rescata esta narrativa que combina insurgencia, migraciones, identidad y orgullo. Porque aunque el premio fue en 1866, la esencia sigue viva. Actualmente, el café michoacano vive un renacimiento de sabor y técnica.
Regiones como Tacámbaro, Tarímbaro, Zitácuaro, Tancítaro, Ciudad Hidalgo y Nuevo Urecho están revitalizando la tradición cafetalera. Nuevas generaciones de productores están apostando por el cultivo responsable, las prácticas agroecológicas, la trazabilidad y la excelencia en taza.
Ya no se trata solo de vender café, se trata de contar una historia con cada sorbo. La de un pueblo que sembró insurgencia y cosechó café. La de un revolucionario que trajo semillas como quien trae ideas nuevas. La de un grano que cruzó continentes para florecer en la tierra del aguacate… y sí, también del mejor café.