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En deuda con nuestras cantinas

Botanero público/ Pedro Reyes

Pedro Reyes

En deuda con nuestras cantinas

Existe una alta probabilidad de que este mes que agoniza muchos de nosotros hayamos escogido una cantina como sede de celebración patria. Lo de siempre: botana vasta, tequila del bueno o del malo, cerveza de barril y dos que tres cubitas sudadas, sin olvidar algo de dinero en efectivo para entonar los himnos que nos inflan el pecho, cortesía de José Alfredo y la rockola. Es difícil para un mexicano no sucumbir ante el sentimiento, lo traemos en los genes: acá se está muy bien.

Cada cultura del mundo tiene sus lugares –y sus rituales– para beber. Desde tiempos ancestrales, los espacios recreativos han sido un elemento esencial para procurar el esparcimiento y, por ende, el equilibrio social, además de mantener cuerdo a más de uno. En Inglaterra, por ejemplo, inventaron las public houses o “pubs”, como se les dice de cuates. Debido a lo hostil del clima británico, se crearon estas aulas alfombradas a puerta cerrada para la gente que caminaba del trabajo a la casa a media tarde. La única regla de estas “casas públicas” es que a nadie se le puede negar el acceso ni el derecho a una pinta de cerveza.

Lo mismo sucede en los izakayas, bares after office donde los japoneses buscan liberarse de las tensiones agrestes de la cultura laboral que por allá reina, para tomar cerveza helada o algo de whisky, picar un poco de comida frita y al carbón y, por momentos, hacer todo el ruido del que se privan el resto del día.

“Es difícil para un mexicano no sucumbir ante el sentimiento, lo traemos en los genes: acá se está muy bien” Pedro Reyes

Entre Baja California y Yucatán, nuestros lugares son las cantinas, establecimientos clásicos que, tristemente, han venido a menos: las que han desaparecido y las que han perdido calidad.

La culpa es toda nuestra. Así como dicen que “a la madre se le debe festejar todo el año y no sólo el 10 de mayo”, las cantinas deberían estar llenas los 365 días y no ser exclusivas del mes de septiembre. No sólo mantienen un servicio clásico e impecable, también son espacios donde la cocina mexicana brilla con botanas y guisos oportunos que hacen de la ocasión, una experiencia entrañable. En el consumo de dos o tres tragos ya se tiene acceso a una comida vasta, sabrosa y contundente a un precio mas que razonable. ¿Se puede pedir más?

Estamos en deuda con nuestras cantinas. Sería terrible vivir sin ellas.

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