Si el cielo tuviera un olor, probablemente sería el de las galletas recién horneadas de la abuela. No hablamos de esas versiones empaquetadas que crujen de manera sospechosa y caducan en el 2040, sino de esas que salen del horno con las orillas doradas, el centro suave y un aroma capaz de convocar a toda la familia en menos de 10 segundos. La ciencia dice que la nostalgia influye en cómo disfrutamos un platillo… pero la verdad es que no necesitamos un doctorado para saber que la “galleta de la abuela” está en otra liga.
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La nostalgia que alimenta el corazón
De acuerdo con un estudio de la Washington State University, la comida que evoca recuerdos —como las galletas que hacía tu abuela o esa carnita asada familiar— tiene un poder especial: nos hace disfrutar más el momento y, de paso, comer con más apetito. La profesora Carolyn Ross y su equipo encontraron que cuando un platillo despertaba nostalgia, los participantes del estudio lo calificaban como más sabroso y reconfortante.
Este efecto es especialmente importante en adultos mayores, donde la falta de apetito puede llevar a problemas de nutrición. Si un alimento recuerda a una persona querida o a un momento feliz, es más probable que lo coman y lo disfruten. Es decir, una galleta con historia alimenta más que cualquier superfood de moda.
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La receta secreta: un vínculo intergeneracional
Como relata The Prairie Star, las galletas de la abuela no solo son harina, azúcar y mantequilla. Son una coreografía de gestos familiares; el sonido de la cuchara golpeando el tazón, el calor del horno y ese momento en que te dejaba probar la masa cruda, aunque hoy las advertencias de salmonella lo pinten como deporte extremo.
A veces, las abuelas llegaban de visita con las manos cargadas, no flores, no regalos, sino cajas llenas de galletas. Incluso había quienes viajaban con la masa ya preparada, guardada en latas.
Aunque la misma receta esté en tus manos, las galletas no saben igual. El motivo es sencillo, no solo falta “ese toque” (que puede ser experiencia… o pura magia), sino también el contexto emocional. Comerlas junto a ella, en esa cocina donde parecía que el tiempo iba más lento, es parte del sabor.
La conexión entre comida y familia no es solo romántica; también es práctica. Según datos del Institute for Family Studies, durante la pandemia, muchos abuelos asumieron el cuidado de sus nietos a tiempo completo. Aunque algunas voces —como la de la economista Teresa Ghilarducci— criticaron este rol por “dar demasiados dulces a los niños”, estudios de la Universidad de Cornell muestran que los abuelos que conviven con sus nietos reportan más felicidad y sentido de propósito que aquellos que no lo hacen.
En otras palabras, sí, puede que te vayas a casa con las manos y la boca llenas de galletas, pero también con el corazón contento.
La ciencia detrás del “mmm…”
El estudio de la WSU también descubrió que el confort de un alimento no depende solo del sabor, sino de la variedad de texturas. Una galleta perfecta combina lo crujiente y lo suave; lo que te hace querer morderla y, al mismo tiempo, saborearla lentamente. Aunque el queso fue el ingrediente estrella en la categoría de “comida reconfortante” para los adultos mayores del estudio, no hay que subestimar el poder del chocolate derretido en una galleta tibia.
Lo mejor de todo es que no necesitan conservadores porque, las galletas de la abuela no duran mucho. No porque caducan, sino porque siempre desaparecen antes.