En un acto de honestidad interno quiero que te cuestiones sobre las últimas salsas que has probado a lo largo y ancho de la Ciudad de México. ¿Recuerdas si eran picantes? ¿Recuerdas si el sabor era intenso? Así como el picante está presente en todos los ámbitos de la vida en este país y esta ciudad, mucho se ha hablado de cómo el fenómeno de la gentrificación ha afectado no sólo la dinámica de la vivienda y el comercio en ciertas zonas de la ciudad, sino también a la gastronomía típica del lugar. No hagamos este cuento largo, todos sabemos qué zonas, está de más volver a mencionarlas aquí.
Afortunadamente tratándose de picante, tengo la fortuna de conocer a varios dueños de restaurantes, mismos que se ubican en está zona caliente de gentrificación, de primera mano podría asegurar que en estos particulares casos no sólo no han disminuido el nivel de picor en sus platillos y salsas, sino que pareciera que al contrario, cada vez aumentan más y más, por lo que a mi me tiene muy despreocupado la preservación del nivel del picante en estos lugares.


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Ahora bien, no podría ocultar que experimento una preocupación genuina ante las varias versiones que he escuchado en las que se asegura que realmente el picor de las salsas ha disminuido, sobre todo considerando que este fenómeno de la gentrificación al parecer llegó para quedarse por un buen rato y no es solo una moda temporal que no pasaría de un par de meses.
Quiero dejar claro que la empatía y el buen trato hacia los demás, sea quien sea, es fundamental para la sana convivencia en sociedad y que todos somos merecedores por igual de un trato servicial y respetuoso, algo que los mexicanos ofrecemos genuinamente y por lo que somos reconocidos en todo el mundo. Sin embargo, y dejando en claro lo anterior, quiero mandar un mensaje a aquellas personas que tienen en su poder la capacidad de definir qué tan picante o no podría ser una salsa o un platillo, sobre todo en estos lugares donde el fenómeno de la gentrificación se ha concentrado con más fuerza.
Entendamos una cosa, una de las cosas más bellas de viajar es conocer nuevas culturas, cocinas, personas distintas, etc. Nunca la idea de viajar tendría que implicar el hecho de llevar contigo las cosas que te son comunes, pues estarías rompiendo totalmente con el concepto fundamental de lo que significa salir a ampliar tu contexto y conocer lo que hay allá afuera. No podemos tampoco confundir nuestra hospitalidad con diluir nuestra cultura para que el “viajero” se sienta en total comodidad y en un contexto favorable, sin importar el poder adquisitivo del mismo. Se trata de dar lo mejor de nosotros e invitar a los demás a experimentar las cosas típicas de nuestra cultura.


Por lo tanto, me parece particularmente preocupante el hecho de que en algunos sitios se está moderando el nivel usual de picante en salsas y platillos con el objetivo de encajar mejor con los gustos de ciertos visitantes. Repito, entiendo que los gastos fijos para sostener un negocio de comida en uno de estos lugares con rentas tan costosas no es nada fácil, y entiendo también que ese tipo de turistas de alto poder adquisitivo son una buena fuente de ingresos para poder cubrir toda la lista de gastos en los que se incurre al operar un sitio como este, pero es importante también recalcar el hecho de que son ellos, los turistas, quienes han decidido salir de su comodidad para conocer nuestro país, aún sabiendo que tal y como en cualquier otro lugar, habrá cosas a las que se tendrán que adaptar. No me imagino viajando a Austin Texas, entrando a uno de los muchos restaurantes de BBQ texano que hay por toda la ciudad y pedir en el mostrador una carne menos ahumada, pues en realidad no soy de sabores ahumados. Si no eres de sabores ahumados ¿por qué entrar a un restaurante de barbecue texano? Te aseguro que los texanos son tan orgullosos de su barbecue, que en dos segundos me ponen en la puerta del restaurante, y con toda lógica. ¿O qué tal entrar a una pizzeria tradicional italiana y pedir mi pizza con piña solo porque la margarita no es de mi agrado? Tremenda falta de respeto a toda la cultura gastronómica del sitio aún sabiendo que para un italiano la pizza y la piña no deben coexistir a menos de 5 km de distancia entre ellos.
Es desgarrador desde un punto de vista cultural intentar llevar conmigo mis gustos y deseos a cualquier lugar e intentar diluir la cultura local en favor de la mía, es la semilla que nos llevaría a homogeneizar todo de forma que se parezca a los gustos y deseos del más poderoso económicamente, borrando totalmente la diversidad y riqueza cultural que se esparce por el mundo y que es tan importante para hacer de este un planeta que vale la pena recorrer y apreciar por toda la diversidad que tiene para ofrecernos.


“El verdadero turista se adapta, se abre a probar y sobre todo aprecia lo distinto”
— Fernando Dávila
Por eso no, no es correcto difuminar nuestra cultura para tratar de ser más agradables ante los ojos externos, el verdadero turista se adapta, se abre a probar y sobre todo aprecia lo distinto. El verdadero anfitrión se muestra como es, no trata de maquillar la realidad solo para aparentar algo que no es. Seamos verdaderos anfitriones sabiendo que los turistas reales nunca impondrán su cultura en el lugar al que llegan; somos una cultura, una identidad, no un papel de cambio dispuesto a venderse al mejor postor. Con nuestra hospitalidad y servicio basta y sobra para hacer sentir bienvenido al turista, pero nunca dejar de ser lo que somos para complacer a aquel poco dispuesto adaptarse aún cuando voluntariamente han venido aquí bajo su elección. Así que la próxima vez que consideres la posibilidad de disminuir el nivel de picor en tus salsas, yo te invito a imaginar qué pasaría si tú te atreves a pedir catsup para la pizza en Nápoles.
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