Desde tiempos ancestrales, la cocina ha sido un espacio de poder femenino en América Latina, un laboratorio de creación que trasciende lo doméstico y moldea la identidad cultural de la región. Como señala la maestra en diseño industrial por la UNAM, Jani Galland Jiménez, la mujer en Mesoamérica ha desempeñado un papel fundamental en la alimentación, el desarrollo de técnicas culinarias y la transmisión de saberes que han dado forma a la cocina tradicional.
La cocina no es solo un espacio físico; es un universo simbólico, un laboratorio de creatividad y un campo de batalla donde se han librado luchas silenciosas pero poderosas. Desde las ollas de barro prehispánicas hasta las cocinas integrales modernas, este espacio ha evolucionado, pero su esencia permanece intacta: es el territorio de la mujer, un lugar donde se tejen tradiciones, se desafían estereotipos y se diseña el futuro.
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El arte de preparara alimentos
Cocinar es, sin duda, uno de los actos más antiguos y universales de la humanidad. Como señala la maestra Jani Galland Jiménez “cocinar ha sido un acto presente en la condición humana que ha evolucionado al curso del tiempo, respondiendo a las habilidades que se fueron desarrollando”. Pero en América Latina, este acto ha estado intrínsecamente ligado a la mujer.
En las civilizaciones mesoamericanas, las mujeres han sido las guardianas del fuego y las alquimistas de los sabores. Ellas han molido maíz en metates, preparado tamales en hojas de plátano y sazonado guisos con hierbas que solo sus manos saben dosificar. La cocina, en este sentido, no es solo un espacio de preparación de alimentos, sino un lugar donde se preserva la memoria colectiva y se construye la identidad cultural.
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Habitar la cocina, espacio de resistencia y diseño
Pero la cocina no se limita al acto de cocinar. Como bien apunta Galland Jiménez, “habitar una cocina implica una serie de acciones que van más allá de la preparación de alimentos”. Es un espacio donde se generan hábitos, se transmiten conocimientos y se forjan relaciones. En América Latina, la cocina ha sido tradicionalmente el núcleo del hogar, un lugar donde las mujeres han ejercido su poder creativo y han resistido, desde la intimidad, a las estructuras patriarcales.
Sin embargo, el diseño de las cocinas no ha sido ajeno a las transformaciones sociales y culturales. Tal como se observó las cocinas de leña en las comunidades indígenas, hasta las cocinas integrales de inspiración europea, este espacio ha reflejado las tensiones entre la tradición y la modernidad. La llamada “Cocina Frankfurt”, diseñada en 1926 por Margarete Schütte-Lihotzky, marcó un hito en la historia del diseño de cocinas, promoviendo la eficiencia y la estandarización. Pero en América Latina, esta influencia se ha mezclado con las particularidades locales, dando lugar a diseños híbridos que combinan funcionalidad con identidad cultural.


Poder, fuego y creatividad
En las culturas mesoamericanas, la mujer ocupaba un lugar central en la cocina. Como explica María J. Rodríguez-Shadow en su obra Las Mujeres en Mesoamérica, “la mujer era la encargada de preparar los alimentos, pero también de transmitir los conocimientos culinarios y medicinales”. Este papel no era menor; al contrario, era fundamental para la supervivencia y el bienestar de la comunidad.
Las mujeres mesoamericanas no solo cocinaban; también diseñaban los utensilios y los espacios donde se preparaban los alimentos. Así se crearon las vasijas de barro o los fogones de piedra, cada elemento era una expresión de su creatividad y su conexión con la naturaleza. Además, la cocina era un espacio de poder, donde las mujeres ejercían su influencia y tomaban decisiones que afectaban a toda la comunidad.


México, un legado culinario que trasciende en el tiempo
Como bien señala Jani Galland Jiménez, la cocina mexicana es una construcción que responde a una imagen atemporal, un sincretismo entre lo prehispánico y lo colonial. Desde las antiguas civilizaciones mesoamericanas, donde el maíz, el frijol y el chile eran la base de la alimentación, hasta la fusión con ingredientes y técnicas traídas por los españoles, la cocina mexicana es un testimonio de resistencia y adaptación. Los tlacuani, los cocineros y cocineras de antaño, no solo preparaban alimentos; eran guardianes de un conocimiento ancestral que se transmitía de generación en generación. Hoy, esa tradición sigue viva en las cocinas de las abuelas, en los mercados populares y en los fogones de las comunidades rurales, donde el molcajete y el comal siguen siendo herramientas esenciales.
Sin embargo, la cocina mexicana no se limita a lo tradicional. Como apunta Galland Jiménez, el diseño de cocinas en México ha evolucionado, enfrentándose a desafíos únicos. En un país donde la industria no ha seguido el mismo ritmo que en otras partes del mundo, el diseño industrial ha tenido que adaptarse a las necesidades locales. Las cocinas modernas, con sus módulos estandarizados y electrodomésticos de última generación, conviven con espacios donde aún se usa leña y se muele maíz a mano. Esta dualidad refleja la complejidad de un país que, aunque abraza la modernidad, no renuncia a sus raíces. Este país es, en esencia, un laboratorio donde el pasado y el presente se mezclan para crear una identidad culinaria única, un espacio donde la mujer sigue siendo la protagonista, tejiendo historias de resistencia, creatividad y diseño en cada platillo que prepara.


La cocina contemporánea: Entre la tradición y la innovación
Actualmente, la cocina latinoamericana sigue siendo un espacio de resistencia y diseño. Aunque las cocinas modernas han adoptado elementos de la globalización, como electrodomésticos y mobiliario estandarizado, las mujeres han sabido mantener vivas las tradiciones culinarias. En muchos hogares, la cocina sigue siendo el lugar donde se transmiten recetas ancestrales, se celebran festividades y se fortalecen los lazos familiares.
Pero también es un espacio de innovación. Las mujeres latinoamericanas están redefiniendo el papel de la cocina, convirtiéndola en un escenario de emprendimiento y empoderamiento. Gracias a esto, conocemos a las cocineras tradicionales que preservan los sabores de sus comunidades y las chefs que fusionan técnicas modernas con ingredientes locales, así están demostrando que la cocina es mucho más que un espacio doméstico: es un campo de acción política, cultural y creativa.