El lugar que cada comensal ocupa en una comida suele determinar el estatus que tiene dentro de un círculo social, además de las tradiciones que se encuentran en la mesa, son elementos que pesan al momento de encontrar en los acontecimientos sociales como las festividades con comida.
Jerarquías, usos, costumbres, significados y todo lo que fomente las relaciones humanas, son las actividades que la alimentación usa para encontrar caminos para representar la vida y fomentarla como incentivo o premio.
Como segunda entrega de esta serie, Comida como premio, la maestra Marcela Talamantes* nos explica las relaciones sociales que se entretejen con la comida como incentivo desde el ámbito antropológico y social.
Checa la primera nota de esta serie: ¿Es bueno dar comida como premio? esto dicen los expertos
Orden y poder
Talamantes cuenta que la comida siempre ha sido un orden que ha establecido diferencias y complejidades, que “en el caso de las primeras culturas, la comida y los alimentos estaban atravesados por ideologías, religiones, tradiciones y por un montón de cosas culturales y sociales, que nos alejan o nos acercan a ciertos usos y costumbres”.
En consecuencia, podemos inferir que “alrededor de la comida se organizaban, primero las clases sociales, primero quienes tenían las posiciones más importantes dentro de la sociedad”.
Esto en referencia a los políticos o concepciones de deidades, que en muchas ocasiones también redefinían a los espacios de comensalidad y de convivio para entablar estos vínculos de familias, el intercambio de apellidos, así como incluir a nuevas personas, “y si nos vamos más atrás, en tribús sucedía lo mismo, los alimentos eran un medio para acercarse a ser acogidos por un nuevo espacio geográfico que estaban tratando de conquistar o al que estaban tratando de llegar e instalar”.
Para Talamantes, la comida siempre ha estado mediando la vida de las personas en distintas sociedades, pues en algún momento, en estos grandes intercambios de grupos, regalar algo como la comida representaban los dones, los regalos que implicaban el cuidado la cosecha, el esfuerzo de los viajes, “lo hacían aún más valioso o en cierto territorio se cosechaban y se cultivaban algunos alimentos que en el otro lado de del mar no había”.
Talamantes dice que la comida además de ser una cuestión de relaciones humanas y de compartir, también involucran factores económicos, de clase, prestigio o estatus.
Esa intimidad se puede ver reflejada incluso con las costumbres, pues cuenta que “yo creo que desde tiempos atrás, alrededor de los fogones y del cultivo de los traspatios, las abuelas, principalmente las mujeres, las familias, han sido quienes se han dedicado a hacer estas estas preparaciones que hoy en día. A lo mejor ya ni siquiera nos imaginamos preparar un mole desde cero, ya que toma un montón de horas, de esfuerzo de trabajo, de días, de ingredientes, que finalmente terminan siendo muy valiosos y creo que eso se ha ido perdiendo con la modernidad, donde tenemos la inmediatez, de algunas cadenas de alimentos de restaurantes y demás, que finalmente despersonalizan o no llevan estos afectos”.
El significado de los alimentos
Talamantes narra que existen simbolismos que están cargados de una intención, “por ejemplo, mostrar afecto, cariño, respeto o reconocimiento, por ello hay platillos para ocasiones especiales, ya que abrir las puertas de un hogar o preparar una comida rompen de alguna forma con el tiempo y la cotidianidad, es decir, hay comidas del fin de semana, del domingo, de ciertas ceremonias o de ciertos ritos que no constituyen lo que comes en el día a día, entonces creo que es un aspecto a pensar, el cómo el invitar a ciertas personas y ofrecerles preparaciones están cargadas de esta intención de relacionarse y demostrar”.
Es importante el tema de las tradiciones, pues cuenta que al final todo lo festejamos con comida, como las ceremonias y creencias alrededor de la comida, por ejemplo, el altar de muertos, donde se honra a familiares o seres queridos que ya no están y en se dispone a la comida que les gustaba para recordarlos.
“Pienso también en un libro que recientemente sacaron algunas colegas, que es un Recetario para la memoria de los desaparecidos, una compilación de colectivas de madres buscadoras para rememorar los platillos que les gustaban a sus seres que hoy están desaparecidos. Entonces me parece que, por un lado tenemos esa ambivalencia, y por otro la memoria, el cariño a los recuerdos que hay alrededor, de generación en generación”.
“Hay recetas en las que jamás te vas a enterar cómo hacen, el mole de olla si le preguntas a la familia de tu pareja, porque es una receta de familia, porque hay también una cuestión de identidad alrededor de los alimentos y yo creo que eso, sobre todo, son lugares donde se vuelcan los afectos, donde transmitimos mucho de lo que somos y de lo que deseamos a las personas que les ofrecemos”.
En las ocasiones cuando se dejan las sobras o no se consume todo lo que es una comida entera, existen valores sociales, como la abundancia “y en las ocasiones especiales no siempre hay pozole, romeritos, no siempre hay platillos, que son parte de nuestra cultura gastronómica y que se hacen porque hay todo un evento, una ritualidad alrededor de ofrecer, el típico dicho que tenemos acá en México de ‘tirar la casa por la ventana’, y pareciera que el negarse a este don o regalo, a este momento de compartir, no es bien recibido sobre todo, por ejemplo, decir un ‘no’ a la abuelita, sobre todo por aquellas personas que han trabajado alrededor de servir o de disponer esos alimentos”.
* La maestra Marcela Talamantes es directora de Incidencia en la Universidad Iberoamericana, licenciada en Psicología en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, maestra en estudios de género y cultura en la Universidad de Chile, y doctoranda en antropología social en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
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