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Descubre por qué se da pavo en el Día de Acción de Gracias

Esta tradición funda la armonía y una buena cosecha entre los peregrinos y los nativos

Durante el Día de Acción de Gracias es común asociar que la pieza central de sus cenas de celebración sea un pavo. Los viajeros del Mayflower, conocidos hoy como peregrinos, descubrieron tierras inestables para colonizar, pero en realidad desembarcaron en tierra Wampanoag, una tierra de nativos. Ellos no fueron los primeros europeos con quienes los Wampanoag tuvieron contacto y algunos miembros de la tribu ya hablaban inglés, por lo que los líderes tribales ya desconfiaban de los ingleses, pero aun así formaron una alianza con los colonos con fines estratégicos. 

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Nativos y peregrinos también compartieron conocimientos sobre la caza y la plantación que salvaron a los peregrinos del hambre e hicieron posible la celebración de la cosecha de 1621.

Fue ese año cuando la historia del primer Día de Acción de Gracias se celebró y generó un intercambio pacífico, pero, ¿por qué exactamente el pavo ha sido la estrella desde al menos mediados del siglo XIX? Es un tema de mucho debate, particularmente dado el consenso entre los historiadores de que los peregrinos y los nativos americanos probablemente no se centraron en el pájaro en el “Primer Día de Acción de Gracias” en 1621.

Según algunos registros del Museo de Archivos Nacionales de Estados Unidos, algunos dan crédito por la preeminencia del pavo a Sarah Joseph Hale, la “madrina del Día de Acción de Gracias”, cuyos relatos de las primeras celebraciones de Nueva Inglaterra enfatizaron un pavo asado. 

Eventualmente se convirtió en el modelo para las festividades adoptadas por el resto del país después de que Abraham Lincoln lo declarara un feriado nacional en 1863. Otros atribuyen el mérito al papel que desempeñaba el ave en las fiestas de celebración inglesas y al hecho de que su gran tamaño lo convertía en un elemento práctico para tales eventos. 

Otros todavía creen que se debe a que la posición del pavo como la criatura emplumada más estadounidense (después de todo, Benjamin Franklin pensaba que era un “pájaro mucho más respetable ” que el águila calva) lo convierte en un plato principal apropiado para una de las festividades más estadounidenses.

En 1939, el último jueves de noviembre coincidía con el último día del mes. Preocupado de que la temporada de compras navideñas más corta pudiera frenar la recuperación económica del país de la Gran Depresión, el presidente Franklin D. Roosevelt emitió una Proclamación Presidencial trasladando el Día de Acción de Gracias al penúltimo jueves de noviembre

Dieciséis estados se negaron a aceptar el cambio y durante los dos años siguientes el Día de Acción de Gracias se celebró en dos días diferentes. Para poner fin a la confusión, el Congreso aprobó una ley en 1941 que establecía el cuarto jueves de noviembre como feriado federal del Día de Acción de Gracias.

Pero  la forma en que llegó a las mesas de esos peregrinos es mucho menos misterioso: los pavos caminaban hasta allí.

Eran conducidos por un pastor de pavos, personas que se dedicaban a pastorearlos en viajes difíciles. Los pavos iban de Vermont hasta Boston, los de Kentucky y Tennessee marcharon orgullosos hacia Richmond, y algunas aves occidentales incluso se vieron conducidas a lo largo de miles de millas entre Missouri y Colorado.

“Muchas han sido las historias sobre los grandes arreos de ganado. Casi nadie recuerda los grandes paseos del pavo”, relata la autora Kathleen Karr en su libro The Great Turkey Walk. Inclusive en los Estados Unidos anteriores a la guerra, un desfile de miles de pavos recorriendo los caminos rurales hacia los mercados urbanos era un espectáculo habitual en las semanas previas al Día de Acción de Gracias.

Otra dificultad era que las carreteras de finales del siglo XVIII y XIX en los Estados Unidos eran en general bastante malas y los relatos de las grandes travesías de los pavos recuerdan a los rebaños vadeando valientemente arroyos y escalando colinas rocosas, o volando sobre lagos y ríos de al menos una milla de ancho.

En tales condiciones, los pájaros “corrían amontonarse y pisotear unos a otros hasta morir”. Cuando los pájaros se asustaban, “una estampida de ganado era un asunto más complicado”.

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La larga marcha de los pavos también fue lenta, ya que las bandadas normalmente deambulaban a una velocidad máxima de un kilómetro por hora. Si un arriero tenía suerte, arrojaba suficiente maíz y aplicaba suficiente guía con su largo palo (rematado con un trozo de tela roja que, según se decía, infundía miedo en el corazón incluso del pavo más pendenciero), un recorrido de pavos podría cubrir 32 kilómetros en un un solo día.

Cada noche los pavos tenían la costumbre particular de posarse en árboles y arbustos adyacentes hasta la mañana siguiente. Una vez que los pavos tomaron la decisión de descansar, un pastor experimentado sabía que “nada los induciría a continuar la marcha hacia los mataderos”. 

Para disgusto de sus homólogos humanos, en este comportamiento los pájaros a menudo ignoraban la hora real del día y confundían un cielo nublado o incluso una parte muy sombreada de la carretera con indicaciones de que el sol se estaba poniendo, por ello los pastores a veces se desviaban kilómetros de su camino para evitar lugares densamente boscosos que pudieran tentar a sus pájaros a detenerse a pasar la noche, incluso entonces unos pocos arbustos errantes o los finos de una plaza del Capitolio los inducirían a dormir durante el resto del día.

Si bien el pavo moderno apenas camina, estas masivas migraciones forzadas de aves ocurrieron hasta bien entrada la década de 1930 en algunas regiones de los Estados Unidos, particularmente en los pueblos paveros de Texas, que celebraban grandes “Trotes del Pavo” para los pájaros que llegaban en grupos de miles para la masacre.

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Al sentarse a disfrutar de una fiesta de Acción de Gracias deslucida y sin pavo a principios del siglo XIX, Alexander Hamilton, considerado padre fundador de la nación estadounidense, comentó una vez: “Ningún ciudadano de los Estados Unidos deberá abstenerse de comer pavo el Día de Acción de Gracias”. Y aunque hoy en día los vagones de ferrocarril y los camiones frigoríficos cumplen esa proclama, durante siglos este audaz grito sólo fue posible gracias a los hombres y mujeres que literalmente acompañaban a estas aves desde la granja hasta la mesa.

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