Con el reciente fallecimiento de la bailarina exótica, actriz y vedette, Yolanda Yvvone Montes Farrington, conocida como Tongolele, recordamos aquellos centros nocturnos como los cabarets, donde ella obtuvo fama; fueron los principales lugares para encontrar la vida nocturna de la Ciudad de México en el Siglo XX.
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De acuerdo con el maestro en historia Carlos Medina Caracheo, debido a las pocas restricciones por parte de las autoridades de aquel entonces, el antiguo Distrito Federal destacó por la proliferación de salones de baile que más tarde darían origen al “género de cabareteras del cine mexicano, el cual revelaría aspectos de la vida cotidiana de nuestro país”.
Centros como Tívoli, Waikikí, Bombay, El Burro o el Barba Azul, tenían una gran variedad de espectáculos, como bailes, algunos incluso divididos entre horarios familiares y para adultos.
Pero la diversidad de tragos que hubo en esos establecimientos también se vieron atravezados por los tragos, música y bailes afrocaribeños.
“Primero desde la prohibición del alcohol en la década de 1920, el repunte de los bares y centros nocturnos en Cuba incrementó, pero luego del conflicto cubano por la revolución muchos refugiados vinieron a la Ciudad de México a realizar lo que mejor sabían hacer”, dijo Medina Caracheo.
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Por otro lado, la influencia de la coctelería cubana en los bares y cantinas de los cabarets de la Ciudad de México durante el siglo XX fue significativa. La cercanía entre Cuba y México facilitó el intercambio cultural, incluyendo la difusión de tendencias en bebidas y coctelería.
Durante la primera mitad del siglo XX, Cuba experimentó un auge en su escena de bares como los habaneros, frecuentados por figuras como Ernest Hemingway, atrajo a turistas y difundió la cultura de los cócteles cubanos.
Y posteriormente a los conflictos pre y post revolucionarios, algunos artistas, músicos, bailarinas o bartenders cubanos emigraron a México, llevando consigo sus conocimientos y habilidades en la preparación de cócteles, reflejándose en la música y el ambiente de los cabarets, creando una atmósfera caribeña y tropical.
Fue así como estos profesionales introdujeron nuevas recetas y técnicas en los bares y cabarets retomando la creación de clásicos como el Mojito, el Daiquirí y el Cuba Libre, que se volvieron infaltables en la escena nocturna de la Ciudad de México.
Poca comida
Carlos Medina comenta que en general, la calidad de la comida en esos establecimientos no era muy buena, pero había excepciones, “la calidad de la comida en los establecimientos era poca, así como su importancia en el resto de los cabarets”.
Además comenta que, algunos de estos cabarets había buena música, vino y comida, pero el atractivo de estos lugares eran las orquestas de jazz.
“El Waikikí llegó a ser el punto final de las noches de parranda, porque allí se preparaba un consomé excelente, nutritivo, adecuado para los bebedores”, dijo Medina.
Por otro lado, cuenta que las cocineras usualmente servían unos exquisitos platillos pero para para las muchachas que trabajan y para los amigos macizos de Negreiras.
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