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Foto. Cuartoscuro

Así eran los callejones de fritangas en la CdMx

La urbe se ha transformado, pero hay sabores y lugares que prevalecen en esencia

Por Iván Cabrera


Hasta principios del siglo XX, hubo en la Ciudad de México un espacio que se convirtió en tema recurrente entre los diarios de la época: El callejón de la Alcaicería, un tramo comercial en el corazón del Centro Histórico en el que además de productos se vendía comida callejera y bebidas embriagantes, en especial, el tradicional pulque.

En este tramo, que corría entre las calles de Tacuba y 5 de Mayo, era común los robos, las riñas y los escándalos, en medio de un ambiente bullanguero, de fritangas y personas alcoholizadas. Sin embargo, lo que más destacaba eran las fondas y figones que ofrecían alimentos de ínfima calidad, pero a precios módicos, lo que atraía a la clase menos beneficiada.

Aquí se encontraba el callejón

“Las obras de embellecimiento de la capital han dejado intacto, en el centro mismo de la ciudad, un feo lunar: el callejón de la Alcaicería que comunica las hermosas avenidas de Tacuba y el Cinco de Mayo”, se lee en una nota publicada el 20 de abril de 1910, en La Iberia: el diario de la mañana, un texto en el que se apoyaba la decisión de quitar este espacio de la capital.

De cuando las sobras de comida se vendían como escamocha

Continuaba el informativo: “El callejón es un punto de cita para los vagos salidos no sabemos de qué hampa, que pasan allí los días entre las vendimias de fritangas y las pulquerías que allí existen en abundancia”.

Cuando empezó el siglo, las autoridades decidieron hacer obras para ‘embellecer’ a la capital del país, por lo que decidieron ‘borrar’ del mapa ciertas calles o espacios que eran puntos de reunión de lo más paupérrimo de la sociedad. El plan consistió en demoler las construcciones en el callejón de Alcaicería, ampliar las aceras y alinearse con la actual calle de la Palma.

“El ingeniero Galindo y Villa, Concejal del Ayuntamiento, presentó una moción para que sea ampliada esa vía pública, con lo que bastaría para que desaparecieran esos comercios con su cohorte de gentes sucias que hoy afean tanto ese lugar céntrico”, refiere La Iberia.

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En una revisión de periódicos de la época, destaca mucho la molestia respecto a los lugares que vendían fritangas o garnachas, estos platillos elaborados con rapidez, a precios bajos y sumergidos en aceite o manteca. Se señalaba con dureza no sólo a quienes ofrecían los alimentos: también a los consumidores.

“El callejón de la Alcaicería es céntrico aunque estrecho y asqueroso. Está bonitamente incrustado en el corazón de la ciudad, probablemente con el plausible fin de que no solamente en los barrios tengamos el edificante espectáculo de las fritangas al aire libre, con su correspondiente cortejo de señores crudos que construyen la banqueta y se cocen bajo la acción del sol, del aguardiente y del blanco licor nacional”, dice El Popular, el 18 de mayo de 1898.

El diario informaba que los transeúntes tenían que abrirse camino entre los comensales que, despatarrados a lo ancho del callejón, podían estar tranquilos, no así los vecinos y viandantes, quienes se ponían en peligro cada vez que cruzaban por el lugar, a causa de los desperdicios ahí vertidos por las fonduchas.

Especial

El Caballero Amberes publicó el 30 de agosto de 1916, en Nacional, el texto Lo que se come en México. En él detallaba que la Alcaicería había heredado la labor de Los Agachados, de ofrecer comida, a precios bajísimos y calidad similar, a los más vulnerables, como también lo hicieron en su momento la Merced, San Juan, la Aguilita y San Lucas.

Bichos, alimentos prehispánicos

“Hogaño sólo nos queda la Alcaicería con su famosa pulquería de ‘Los perros’, el desfile de ‘chimoleras’ en algunos mercados y una profusión asombrosa de ‘rechimales’ llamados fondas”. De acuerdo con el cronista, al mediodía las calles se animaban y flotaba en el ambiente un apetito glotón.

Era en ese momento que empezaba un “himno al estómago”: se ofrecían tortas con arroz, chilacayotes, mole de guajolote, pancita, enchiladas, garbanzos o un estelar en el callejón de la Alcaicería: tacos de guacamole. Pero ¿qué más se podía comer en este famoso lugar, que yo he calificado como el callejón de la fritanga?

Foto. Cuartoscuro

“Nuestros ojos de perdían ensimismados en la suculencia exquisita de las cacerolas que derramaban ante nuestra estupefacción sus apetitosas viandas: carnes de puerco, tacos de nenepile y cuajar; chicharrones enroscados; hierbas aromáticas; pedazos de tortilla, longaniza curruscante roja, fresca y negra; cazuelas con abigarrada conglomeración de chuletas, solomillo, jamón, sardina, lechuga y yo no sé qué otros componentes de animales sacrificados gloriosamente en honor del hambre nacional”.

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A pesar de las delicias descritas, el 26 de octubre de 1918, el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se dirigió al Consejo Superior de Salubridad para pedir que se clausurara la venta de alimentos de dudosa procedencia por amenazar la salud pública, por lo que se determinó quitar puestos y a vendedores ambulantes.

Fue en la década de los 30 del siglo pasado cuando se borró finalmente el callejón de la Alcaicería y se mimetizó con la calle de la Palma. Sin embargo, lo que no se pudo hacer fue desaparecer las fritangas y la comida callejera que, hasta cierto punto, forma parte de la gastronomía de la Ciudad de México. Y sólo es cuestión de mirar en cada calle, en cada esquina de nuestra urbe.

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