Por Emmanuel Ruiz
Si visitas Chalcatzingo y comes con alguna de las familias que viven en este pueblo indígena de Morelos, lo más seguro es que tengas la oportunidad de probar el titilchate, una bebida de origen prehispánico que los habitantes siguen preparando en sus hogares como cualquier otra familia pondría sobre la mesa, una jarra de agua de jamaica, de horchata o de limón.
“Es una costumbre en las familias que se tome titilchate así como se toma agua de limón“, dice Edith Padilla Tadeo, habitante del pueblo.
Cómo se prepara
La esencia del titilchate comienza con la elección del maíz, el protagonista indiscutible. Seleccionar granos frescos y de calidad es crucial para lograr el sabor característico de la bebida.
Posteriormente, el maíz se tuesta cuidadosamente a fuego lento, buscando el tono dorado perfecto que libere su aroma sin caer en el exceso, pues podría amargar la bebida.
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Al maíz tostado se le infunden sabores adicionales, añadiendo canela y anís. Estas especias, además de otorgar un sabor y aroma inconfundibles, traen consigo propiedades medicinales que se han valorado desde tiempos prehispánicos, cuentan los habitantes.
La tradición dicta que la mezcla de ingredientes debe ser llevada a un molino manual, donde se triturarán y combinarán hasta obtener un polvo homogéneo.
“Es una receta que viene de hace tiempo, ya nada más varía en cantidades la canela o el anís, dependiendo del sabor y el agrado de cada persona”, explica Edith.
Edith es una de las mujeres indígenas que trabajan todos los días en el centro ecoturístico Piedra Rajada, que cuenta con varias cabañas y un restaurante desde el cual se pueden admirar a toda hora los cerros que bordean la zona arqueológica de Chalcatzingo, un antiguo asentamiento olmeca con dos pirámides y más de 40 petrograbados con figuras de reyes, jaguares y otras criaturas ancestrales.
Sabor único
Debe servirse frío y preferiblemente con hielos, es el de una infusión que transmite el gusto dulce del pinole y la canela, neutralizado con el maíz y que, definitivamente, se eleva con el sabio toque del anís.
“Antes, en el pueblo, cuando terminaban las siembras, se decía que era ‘la acabada’ y se ofrecía agua de titilchate con galletas Marías, como muestra de agradecimiento a quienes iban a ayudar a cortar el maíz o el cacahuate, o cuando se terminaba de construir una casa. Era una muestra de agradecimiento”, recuerda Edith.
Cada vez que lo prepara en el restaurante, Edith recuerda a sus abuelos y se enorgullece de pertenecer a un pueblo que sigue venerando la herencia de sus antepasados: “Pienso en mis abuelos y bisabuelos, y en mi mamá, que nos enseñó a prepararlo”.
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