Por Victor Manuel Ramírez
Al pie de la parroquia de “Nuestra Señora de Guadalupe” de Puerto Vallarta se encuentra un restaurante que no distingue clases sociales, todos desayunan, comen y cenan ahí, es un sitio obligado. Desde sus ventanas se ve el campanario del templo y ese es su nombre El Campanario, desde hace 40 años.
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Se ubica en el corazón de Puerto Vallarta y dentro de una férrea competencia de platillos sofisticados ellos permanecen el gusto de sus clientes por la comida mexicana que venden, es decir sopes, flautas, tacos y sin duda el tradicional pozole blanco.
Jorge López, hijo de los fundadores del restaurante, platica que hace más de 40 años sus papás iniciaron con el negocio en ese mismo lugar, frente a la Iglesia del puerto turístico, fue como “un ingreso extra que querían tener, mi mamá era ama de casa, mi papá se dedicaba a la hotelería y se propusieron hacerlo para vender cenas e intentar algo nuevo y poco a poco fueron creciendo”.
El permanecer tantos años no ha sido fácil y menos con la llegada de la pandemia, cuando estuvieron a punto de cerrar para siempre las puertas de madera del lugar, decorado con mesas y sillas de madera, como si fuera una casa de los años 50’s del siglo pasado, y su cocina al fondo desde la que emanan los olores que conquistan el paladar.
“En cuestiones de huracanes y esas cosas, Puerto Vallarta es muy afortunado, estamos protegidos por las montañas, realmente son pocas las situaciones que estuvimos en algún tipo de riesgo pero creo que el fenómeno que más nos ha afectado es el Covid, sí la pandemia es lo más fuerte que hemos tenido, ahí fue bastante difícil y lamentablemente se perdió mucho del capital, de los recursos”, mencionó.
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Este virus y los cierres obligados por las autoridades para tratar de frenar los contagios, casi se los lleva a ellos también a un cierre total pero “gracias a los ahorros se pudieron costear los gastos que teníamos” en especial porque la incertidumbre era tanta porque nadie sabía cuánto iba a durar el problema, cómo iba a evolucionar.
En este contexto para no cerrar fue “poner dinero, poner, poner y afortunadamente teníamos lo suficiente para poder solventar estos, sino nos habríamos visto en la necesidad de cerrar puertas” pero también la disposición de sus trabajadores a los que nunca se les afectó en su salario, siempre se les pagó y no exigieron más de lo posible.
Si el virus no les hizo nada, menos los fenómenos meteorológicos. Ni el huracán Kena les alcanzó, tienen la bendición y sus comensales lo dicen: “es un sitio bendito”.
En el lugar el giro es la venta de antojitos mexicanos y el principal platillo es el pozole, “es blanco, es estilo Mascota, la decisión fue de mis padres hacerlo en ese estilo, realmente les gustaba bastante a ellos”, contrario a lo que se podría pensar que es el rojo tradicional de Guadalajara. “el blanco siempre lo hemos trabajado aquí, la gente que nos visita lo sabe y nos lo pide”.
Es por eso que uno de los retos que han tenido que afrontar ante la competencia de la gastronomía hasta la llamada gourmet que se ofrece en Puerto Vallarta es poder disfrutar lo que hacen, la comida que es mexicana pero “no podemos olvidar nuestras raíces, lo tradicional, con lo que crecimos”.
Sin duda la lealtad de sus clientes y los constantes pedidos que tienen son uno de los factores que hacen que sus precios se mantengan estables por muchos años y “ya de tanto tiempo nos hemos mantenido, ya tenemos a nuestros clientes y hemos mantenido esa fluidez de la gente que también nos ayuda a mantener estos precios por cuestiones de volumen y cantidad que vendemos”.
Lo que más satisfacción les da es que entre sus clientes tienen algunos que llevan años acudiendo con ellos cada vez que visitan Puerto Vallarta o de los mismos habitantes que trabajan por la zona y los conocen, “lo importante es que nunca hemos cambiado la cuestión de dedicarnos solo al extranjero sino que siempre fue para todos y hace tiempo no era tan turístico Puerto Vallarta y entonces los clientes eran meramente locales y siempre hemos mantenido esa esencia”.
El trato que sus trabajadores le dan a los comensales desde que llegan para preguntar si hay servicio es muy agradable, esperan pacientemente para que se vea, analice y decidan sobre lo que van a comer, si hay dudas del cliente sobre qué llevan los platillos se los explican ampliamente y ya deciden qué pedir.
En estos 40 años ya muchos de los clientes son familiares de los primeros que llegaron a comer con ellos, porque muchos eran personas bastante adultas y algunas de ellas ya fallecieron en este tiempo “pero sigo viendo a bastante gente que me dice que la trajeron de pequeños, que siguen llegando al lugar” le presentan a los nietos y así la cadena se sigue, sobre todo porque desde siempre han estado en la misma esquina, frente a la iglesia.
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