En la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México, existe una zona donde restaurantes, bares y tiendas recrean las tradiciones, la cultura y gastronomía oriental, convirtiéndose en punto de encuentro para los aficionados al arte culinario japonés quienes han nombrado a este punto de la ciudad como el Little Tokyo.
Ahí surge Lazy Susan, un espacio que promueve la comida chuka, cuyo origen se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el puerto de Yokohama, Japón, se abrió al comercio exterior y comenzó a recibir a migrantes chinos quienes formaron algunos asentamientos. “Ya establecidos, los comerciantes chinos formaron escuelas, mercados, centros comunitarios y otras instalaciones que dieron forma al barrio chino más grande de Japón”, dice Toshi Narita, chef del lugar.
Narita explica que la unión de las culturas japonesa y china floreció cuando los migrantes chinos adaptaron su gastronomía a la cultura local. “En esas primeras cocinas, la comida china se mezcló con el estilo de preparación japonés para crear nuevos sabores y, principalmente, nuevas formas de elaborar los platillos tradicionales”. Ese particular estilo de cocina es la propuesta culinaria que ahora podemos disfrutar en Lazy Susan.
En el menú encontramos platillos orientales únicos elaborados con insumos frescos importados directamente de China, preparados al estilo japonés y con los sellos de Edo Kobayashi, el reconocido chef japonés que implantó todo un concepto culinario basado en el rigor en la técnica, la más alta calidad de ingredientes y atención al más mínimo detalle.
La personalidad del chef también se hace notar. Los platillos están a cargo Narita, colaborador de Kobayashi casi desde sus inicios. Nacido en Yokohama, Japón, Toshi aprendió a cocinar en el restaurante de su padre y con el tiempo se especializó en la cocina tradicional japonesa. Llegó a México en 2014 para supervisar el restaurante Rokai y se maravilló con la mezcla de ingredientes y sabores que abundan en el país.
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En Lazy Susan se ofrece una variedad de sakes que combinan a la perfección con los alimentos: secos, fermentados, con acentos lácticos o de madera, de especias y herbales; cervezas chinas como la Tsingtao y la japonesa Kirin Ichiban.
En tema de coctelería cuenta con cocteles refrescantes que se crearon en la década de los 50, pero que se hicieron famosos en los 80 y 90. Uno de ellos es el Miami Vice, que lleva piña colada y daiquirí de fresa; el toque especial se lo da la pimienta Sichuan y un preparado de fresa quemada fermentado por casi 300 días.
Destaca también el Long Island Iced Tea, elaborado con un escarchado de ron, tequila, gin, vodka y licor de naranja, pero que incluye hoja de neroli y de naranja aromática.
La carta de vinos ofrece una sofisticada y amplia selección de vinos blancos, rosados y tintos, provenientes de prestigiosas bodegas de diferentes partes del mundo, y pensada en favorecer maridajes adecuados con la propuesta de alimentos.
El punto central del restaurante es la cocina abierta, rodeada de una barra desde la que es posible observar la destreza de los cocineros y la preparación de los alimentos.
La arquitectura y el diseño del espacio corrieron a cargo de Vizcarra Studio, quien trabajó en conjunto con Edo Kobayashi para lograr la ambientación. El resultado es un lugar contemporáneo y original, hasta cierto punto ecléctico y con un aire casi clandestino ubicado en la planta alta de una casona de estilo porfiriano característico de la colonia, que recrea una atmósfera oriental e invita a permanecer y a compartir la esencia de la tradición nipona.
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