¿Cuántas veces hemos recordado un hecho, un acontecimiento o a una persona solamente por el aroma? Imaginemos que vamos por la calle y de pronto percibimos el aroma del perfume de alguien que nos cruza y dicho aroma es idéntico al perfume de un ser querido; de inmediato esa esencia nos transporta a una infinidad de recuerdos, emociones y sentimientos que están ligados intrínsecamente a aquella persona y abre una puerta grande a la memoria. De hecho está comprobado que la memoria olfativa es la más poderosa que tenemos y la que más agudamente nos evoca el pasado y cosas que están en nuestros recuerdos de la forma más vivaz.
Y eso es importante porque cuando estamos tratando de identificar los aromas en el vino, la memoria olfativa es una de las piezas clave para lograr nuestro objetivo. En ese orden de ideas, muchas veces me he topado con gente cuyo principal obstáculo es que no logra identificar todos esos aromas que los expertos describen en la bebida: frutos rojos, durazno, melón, naranja, flores, miel, canela, vainilla, fruta seca, champiñones, café, etc. Pero en ese orden de ideas, un buen ejercicio es que cuando estamos con alguien que comienza a describir todos estos olores, es tratar de cerrar los ojos e imaginar eso que nos dicen.
Vamos a poner un ejemplo: un vino blanco Sauvignon Blanc de Nueva Zelandia, que tendrá aromas muy intensos a toronja, limón, cítricos, flores, apio y pasto recién cortado. Utilicemos primero uno de esos aromas, como por ejemplo, la toronja. Si cerramos los ojos y nos imaginamos la última vez que comimos una toronja y los aromas o sabores que ella tenía; imaginamos la sensación de la toronja en nuestra boca y sus aromas potentes al momento de partirla, y enseguida olemos el vino y tratamos de identificar esos aromas de la toronja en el vino, quizá sea mucho más fácil que logremos descubrirlos.
Este ejercicio de memoria olfativa es muy poderoso porque nos permite acceder a esa parte de nuestros recuerdos a través del sentido del olfato de forma directa. Si la memoria de los olores es la más poderosa que existe, entonces debemos aprovecharla para extrapolar esas mismas esencias y descubrirlas presentes en la copa de vino. Con el paso del tiempo se hará cada vez más evidente y los percibiremos de forma más clara.
La razón de utilizar esos aromas en particular es porque, en primer lugar, los compuestos químicos de las frutas y sus moléculas son iguales o parecidas a esas en el vino y por ello los aromas lo serán también. Esos aromas cítricos en el vino provienen de las mismas moléculas que están presentes en las frutas con las mismas características y por ello nos sirven para crear marcadores que sean fáciles de reconocer, pero que también sean comunes e iguales para todos. Quizá podríamos describir el vino con “olor a casa antigua”, “a closet viejo”, etc. Pero la realidad es que esos aromas no son comunes o iguales para todos.
El olor de las frutas, de las flores, del café, de la miel, de la vainilla, esos sí que serán los mismos para todos nosotros. Por eso mismo, la próxima vez que tengamos una copa de vino en la mano, hagamos el ejercicio de identificar uno o dos aromas y recordarlos con nuestra memoria olfativa.
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