La semana pasada tuve la oportunidad de visitar Nigeria, en África. Debo admitir que no fue una experiencia fácil porque la situación en temas de seguridad es compleja. Sin embargo como todo país y toda ciudad, tiene sus propios contrastes. Por ejemplo, en la ciudad de Lagos (que no es la capital, pero sí la ciudad más grande) hay una zona que le llaman “las islas” (Victoria Island) en donde se ven negocios, edificios y vehículos de lujo; mientras que del otro lado hay zonas de extrema pobreza.
En México también tenemos muchos contrastes. Pero traigo esto a cuenta porque – aunque fui de trabajo – tuve la oportunidad de asistir a un evento en un bar de vinos y charlar con el sommelier de este pequeño negocio en Victoria Island, que resultó además ser además el embajador en su país de una importante casa vitivinícola de Bordeaux, Francia. Y platicando con él, uno de los temas que surgieron fue el costo del vino: ¿por qué el vino cuesta lo que cuesta?
Esta me pareció una pregunta muy interesante y platicamos largamente sobre lo complicado que es llevar vino de todo el mundo a un país en África (como Nigeria), especialmente por el costo de transportación (cuidando además que esta se realice a una temperatura correcta para evitar que el vino se eche a perder). Pensemos por ejemplo en llevar vino desde Australia o Francia hasta Lagos. Pues bien, esto no es muy diferente al costo que implica llevar este mismo vino desde dichos países hasta México o Estados Unidos. ¿Cuánto cuesta transportar vino desde Nueva Zelandia hasta Boston? ¿Desde Sudáfrica hasta Vancouver?
Si bien la transportación es un tema sumamente relevante cuando hablamos del costo del vino, hay otro tema que también juega un papel importante en esta ecuación: los impuestos. El vino generalmente está tasado con impuestos elevados en distintos países, a los que hay que sumarle aranceles cuando cruza las fronteras.
Allí tenemos el ejemplo de Donald Trump que amagó con imponer aranceles al vino francés cuando tuvo desacuerdos con dicho país. Pero si además, como es el caso en diversas naciones, esos impuestos se añaden a los que ya de por sí se le cargan de origen, el costo se vuelve muy elevado. En México, de acuerdo con productores con quienes he platicado, casi la mitad del precio de una botella se debe a los impuestos que el vino debe pagar.
Generalmente todo lo anterior se transfiere al consumidor final y es este quien termina pagando el costo del vino. Y así podríamos hablar de otros factores que aumentan su precio: el costo de la tierra de cultivo, la mano de obra, el tiempo de guarda que un productor debe garantizar para añejar su vino antes de poderlo vender, los riesgos del temporal y las plagas, cosechas que se arruinan por fenómenos naturales, escasez natural, etc. Todo ello contribuye al precio final del vino.
Si lo pensamos de esta manera, mientras mayores procesos y cuidados tenga un vino determinado (desde el cultivo de uvas, vendimia, producción y hasta distribución) su precio habrá de aumentar. En ese sentido, no es diferente de cualquier otro producto. En la siguiente columna hablaremos sobre si este precio está relacionado con la calidad o no necesariamente.
Por ello, la próxima vez que tengamos una botella en nuestras manos, pensemos en todo lo que hay detrás (y así podremos también disfrutarla más).